María Luisa
Gabriela de Saboya
María
de los Ángeles Pérez Samper
Universidad
de Barcelona
La familia de Saboya
María Luisa
Gabriela tuvo una vida corta y un reinado corto, pero fue una gran mujer y una
gran reina. En el poco tiempo del que dispuso alcanzó enorme poder e influencia
y su manera de encarnar la Corona constituye un ejemplo fundamental de lo que
era ser reina en la nueva monarquía borbónica creada en España a partir de
1700.[1]
Nacida en Turín, el 17 de septiembre de 1688,
era hija del duque soberano de Saboya Víctor Amadeo II y de su esposa Ana María
de Orleans, sobrina de Luis XIV. Fue la tercera de los seis hijos del
matrimonio. Su hermana mayor, María Adelaida, nacida en 1685, se casó en 1697
con el duque de Borgoña, nieto de Luis XIV, hermano mayor de Felipe, entonces
duque de Anjou y rey de España a la muerte de Carlos II. Tras la muerte del
Delfín Luis, María Adelaida se convertiría en Delfina de Francia y, a pesar de
que tanto ella como su marido morirían prematuramente y no alcanzarían el
trono, su hijo sería el futuro Luis XV. Otra hermana, María Ana, murió siendo
una niña (1687-1690). Tras María Luisa Gabriela nacieron tres varones, en 1699
Víctor Amadeo, Príncipe de Piamonte, que murió muy joven, en 1715, después
Carlos Manuel, en 1701, destinado a continuar el linaje como rey de Cerdeña y
Duque de Saboya y que vivió muchos años, hasta 1773, y finalmente Manuel
Filiberto, duque de Chablais, que murió al poco de nacer.
Víctor Amadeo II
era bisnieto de Enrique IV, primer rey de Francia de la Casa de Borbón. Por
muchas razones dinásticas, políticas y estratégicas, la casa de Saboya había
estado estrechamente vinculada a Francia, pero las relaciones no siempre fueron
buenas y Víctor Amadeo II, buscando mayor libertad de acción, acabaría por
separarse de la órbita francesa. Lo había intentado en la Guerra de los nueve
años, pero fracasó. El momento llegaría con la Guerra de Sucesión a la Corona
de España.[2]
La boda de María
Luisa Gabriela, como todas las bodas reales de la época, fue por razón de
Estado, en su caso para sellar la alianza borbónica con la Casa de Saboya, en
los delicados momentos posteriores a la llegada de Felipe V al trono de España.
El Marqués de San Felipe da algunas claves de la negociación del enlace en
medio de los preparativos de la guerra: “El duque de Saboya no movía sus armas;
sólo trataba de reclutar y tener sus regimientos completos, porque estaba
adelantado el tratado del matrimonio de su segunda hija, María Luisa Gabriela,
con el Rey Católico; esto lo promovió en París María Adelaida, su primera hija,
duquesa de Borgoña, persuadiendo al Rey de Francia con promesa de traer a una
confederación a su padre.”[3] Pero la
alianza no sirvió de mucho, pues Saboya cambiaría pronto de bando y se sumaría
a la causa del Archiduque, entrando en la guerra al lado de los aliados. Luis
XIV fue el autor de este matrimonio, sin contar con el novio, que apenas fue
consultado. Además de las razones políticas, la simpatía que el rey francés
sentía por la duquesa de Borgoña influyó en la decisión. La elección fue un
gran acierto para Felipe, como hombre y como rey.
Para María Luisa
Gabriela, como para su hermana María Adelaida, estar casadas con dos príncipes
Borbones, mientras su padre combatía contra ellos supuso un problema añadido,
ya que al enfrentamiento bélico se sumaba la ruptura familiar. La unión entre
las dos hermanas fue siempre muy estrecha. Aunque se separaron siendo muy
niñas, se tenían mucho cariño y el verse aisladas de su familia y en
situaciones ambas muy similares las unió todavía más. En una carta a Madame de
Maintenon María Luisa Gabriela manifestaba el amor que sentía por María
Adelaida y su alegría por la felicidad conyugal de que disfrutaba en el
matrimonio con el Duque de Borgoña: “La ternura que tengo por mi hermana es tan
grande que no la sabría expresar. Creo que moriría de alegría, si la volviera a
ver una sola vez en la vida. (…) No me hacéis un placer pequeño al hablarme de
la pasión que Monsieur el duque de Borgoña siente por mi hermana. Porque, en mi
opinión, una mujer no podría ser feliz, si no ama a su marido y si no es amada
por él. Así yo me siento orgullosa que esto le suceda a una persona que amo más
que a mí misma.”[4]
La boda con Felipe V
La boda de Felipe
V y María Luisa Gabriela de Saboya se celebró en Turín por poderes el 11 de
septiembre de 1701, representando al rey Felipe V en la ceremonia, el príncipe
de Cariñán, tío de la novia. Después de los festejos, la reina con su séquito
partió hacia Niza, para embarcarse con destino a Barcelona. Fue en Niza, el 27
de septiembre, donde se encontraron María Luisa Gabriela y la princesa de los
Ursinos, Anne Marie de la Trémoille, elegida por Luis XIV y madame de Maintenon
como camarera mayor de la reina, con la finalidad de que aconsejara al joven
matrimonio y velara por los intereses de Francia en la corte española. Comenzó
entonces una gran amistad de importantes consecuencias políticas.
Pero los planes
del viaje de la reina cambiaron debido al mal tiempo. Después de diecisiete
días de navegación desde Niza hasta Marsella, donde llegaron el 14 de octubre,
se decidió proseguir el viaje por tierra, dirigiéndose a Perpiñán para entrar a
España por Figueras. En consecuencia, también don Felipe hubo de cambiar sus
planes y en lugar de recibir a su esposa en Barcelona como estaba previsto, se
dispuso el viaje real hasta la frontera francesa, a Figueras, población donde
habían de reunirse los nuevos esposos. El día 3 de noviembre, el día fijado
para el encuentro de la real pareja, don Felipe, muy impaciente por conocer a
María Luisa, rompió el protocolo y decidió salir a su encuentro de incógnito.
Se adelantó a caballo y al encontrar el carruaje en que viajaba la saludó y la
acompañó un trecho del camino, aparentando ser un caballero enviado por el rey.
Después se separó de ella y volvió a toda prisa, para recibirla en Figueras
como rey y como esposo. Celebrada la ceremonia de bienvenida, se trasladaron a
la iglesia para el acto de las reales entregas y la revalidación del
desposorio.
El
matrimonio comenzó con algún problema. Aunque al conocerse quedaron los novios
gratamente impresionados, los primeros momentos resultaron conflictivos. El
banquete estuvo lleno de incidentes, pues las órdenes del monarca eran que la
cena se compusiera de platos españoles, pero sobre todo franceses, de acuerdo
con los gustos y las costumbres tanto del rey como de la reina, pero la nobleza
española que debía servir la mesa se oponía a este cambio en la tradición
culinaria, sobre todo en una ocasión tan importante, y sirvieron sólo platos
españoles, con el consiguiente disgusto. Y todavía más grave, la noche de bodas
resultó decepcionante.
La Princesa
Palatina, -que estaba emparentada a través de su matrimonio con ella, pues la
madre de María Luisa Gabriela, Ana María de Orleans era hijastra de la
palatina-, en una de sus cartas a la duquesa de Hannover, recogiendo la
información que le había dado Louville, recién llegado de España, explicaba
detalles del inicio del matrimonio de Felipe y María Luisa Gabriela: “No habían
prevenido a la buena pequeña reina que devolverían (a su país) a toda su gente.
Cuando se levantó por la mañana, no encontró en su lugar más que viejas damas,
feas y horribles. Se puso a gritar y quería irse con su gente. El rey, que la
ama ya de todo corazón, creía que eso era posible. Él mismo es todavía un poco
niño, y se puso también a llorar, imaginando que su mujer se iba a marchar.
Pero lo consolaron y le dijeron que eso no podía suceder, estando consumado el
matrimonio. (…) Aquí lo han tomado de muy mala manera, pero yo le he dicho al
rey que no había más que reír y considerarse felices de que la reina tuviera
tan buen corazón. Las damas de palacio que tiene cerca son criaturas
malintencionadas. La reina pidió que le prepararan sus comidas a la moda
francesa, visto que ella no podía comer cocina española. Entonces el rey ordenó
que los alimentos de la reina los dispusieran cocineros franceses. Al ver esto
las damas hicieron hacer cocina española, no le sirvieron más que esos platos y
dejaron de lado los platos franceses. El rey se enfadó, prohibió a los
cocineros españoles preparar las comidas y las hizo hacer exclusivamente a la
moda francesa. Las damas tomaron entonces los potajes y derramaron todo el
líquido, diciendo que eso podía echar a perder todas sus costumbres... Hicieron
lo mismo con los guisos. No quisieron tocar los grandes platos de asado...
diciendo que sus manos eran demasiado delicadas; de los demás asados arrancaron
tres pollos con sus manos, los pusieron en un plato y los sirvieron así a la
reina. No es posible encontrar mujeres más malas, y terriblemente feas con
esto...”[5]
Según
la princesa palatina, que tenía la mejor opinión de María Luisa Gabriela, los
problemas iniciales surgidos en el matrimonio se debían a las intrigas de la
camarera mayor: “La princesa de los Ursinos ha hecho una maniobra que no me
gusta mucho: ha hecho gran alboroto aquí, diciendo que la reina de España era
una mala cabeza, a fin de que, viéndola tan buena y tan dulce después, le
atribuyan a ella todo el mérito de este cambio. La verdad es que la reina de
España ha tenido siempre buen carácter y acabamos de enterarnos que fue
precisamente la princesa de los Ursinos quien recomendó a la reina que llorara,
diciéndole que de esta manera el rey le dejaría que se quedaran sus gentes;
después cuando la pobre niña actuó de tal forma, siguiendo su consejo, le dio
mala reputación en sus cartas y ha hecho creer al rey y al rey de España que
sólo ella ha logrado convencerla.”[6]
El duque de Saint-Simon en
sus Memorias explica también estos
problemas iniciales. Según él la reina niña, enfadada y asustada, porque Felipe
V, siguiendo órdenes de Luis XIV, la había separado de su séquito saboyano, se
negó a recibir a su impaciente esposo en el lecho nupcial. Cuando por fin
accedió, la siguiente noche, se consumó el matrimonio. [7] Este
incidente dio lugar, el 13 de noviembre de 1701, a unas instrucciones de Luis
XIV, dirigidas a su nieto, para aconsejarle cómo debía tratar a su esposa a fin
de no caer bajo su dominio, situación que el monarca francés juzgaba
inaceptable, como hombre y mucho más como rey. [8]
De Figueras los
reyes salieron el día 5 de noviembre. La primera jornada les llevó hasta
Gerona, donde fueron recibidos con luminarias, la segunda hasta Hostalrich, la
tercera hasta Llinás y el día 8 entraron en Barcelona, a las cinco de la tarde. [9] La real pareja recibió una
acogida muy entusiasta, con grandes aclamaciones. Emmanuel Mas comentaba en su
diario que las gentes habían salido a esperar la llegada de los reyes en los
alrededores de la ciudad y que al hacer su entrada: “comensà lo griterio de Vivan, vivan lo gran concurs de la gent que era exida fora a veurer a sas
Magts.” En las murallas y en la plaza de palacio el gentío era enorme: “Tal
concurs de gent com jamay se aguest vist, puix era tal la alegria de est die,
que no obstant que era dimars, se tingué per lo die més feliz de tots.”[10] Antonio de Ubilla
escribía: “Habiendo sido grande el concurso que había salido, y desde las
fortificaciones hasta la puerta de palacio estuvieron formadas las tropas de
aquel ejército e hizo salva la artillería de la plaza y a la noche hubo
luminarias y fuegos que se repitieron las tres siguientes.”[11]
La Gazeta de Madrid daba la noticia,
señalando la “españolización” de la Reina, que había adoptado la moda española
en su vestuario: “Sus Magestades, celebrados sus Reales Desposorios en
Figueras, entraron en esta Ciudad con muchas aclamaciones el día 8, aviendose
esmerado en festejos todos los Lugares desde el de Figueras, de donde salieron
el dia 4. Aquí se continuan también los regocijos, siendo de notable consuelo
el aver visto a la Reyna N. Señora vestida a la Española, aun más perfecta de
lo que avian concebido nuestras esperanzas.(…) Ayer (día 9) salieron sus
Magestades juntos a pasearse, seguidos de las Damas, según estilo.”[12]
Para celebrar la
llegada de la Reina se organizaron numerosos festejos, se decretaron tres días
de luminarias y se quemaron castillos de fuegos artificiales. Pero a María
Luisa no parece que estas celebraciones de bienvenida la causaran gran
impresión. En una carta a su madre, del 14 de noviembre de 1701, escribía:
“Depuis que nous sommes icy l´on nous donne tous les jours quelques
divertissements. Les trois premiers soirs il y a eut des feux de
artifices qui nous on plus tost ennuyée que diverti, avant hyers les ecoliers
donnerent aussi une feste et aujourd uix nous allons voir un tournoi.”[13] En los días siguientes los
monarcas dieron muchos paseos por la ciudad, visitaron numerosas iglesias y
conventos y contemplaron la gran procesión organizada con motivo de la traslación
de los restos de San Olaguer. El recibimiento que se le dispensó a la nueva
reina fue muy festivo.[14]
Esposa y reina
María Luisa tenía
sólo trece años cuando contrajo matrimonio, pero daría muestras de una
extraordinaria madurez, como mujer y como reina, en las circunstancias más
adversas. Felipe V era un hombre muy inseguro y todos sabían que su esposa
estaba destinada a tener un gran ascendiente sobre él. El tema preocupaba a
Luis XIV, que pretendía seguir dirigiendo a su nieto y veía a la reina como una
rival en el control del joven monarca español. El conde de Marcin, el embajador
francés, opinaba que siendo indudable que la reina gobernaría al rey, se
trataba sólo de hacer que lo gobernara bien.[15] Y escribía a Torcy, en
1702, que la reina gobernaría, y no sólo al rey, sino también al Estado.[16]
La compenetración
de la real pareja fue total. Entre los esposos se creó un vínculo complejo, que
iba mucho más allá del deber y de la razón de Estado. Para Felipe V la
dependencia de su esposa era total. En consecuencia, la servidumbre conyugal de
María Luisa Gabriela de Saboya fue igualmente total. Felipe no quería separarse
de ella en ningún momento. Dormían siempre en el mismo lecho, incluso cuando la
reina estaba enferma, embarazada o acababa de dar a luz. Pero, a cambio de esta
servidumbre, María Luisa Gabriela logró una gran influencia sobre el rey, que
se tradujo en un gran poder político. Y ella asumió ese poder y lo ejerció con
decisión y valentía.
Al
poco tiempo de casarse, hubo se separarse de su esposo y asumir personalmente
el gobierno, primero como Lugarteniente del reino de Aragón y después como
Regente de la monarquía española. María Luisa Gabriela fue reina gobernadora
durante la ausencia de Felipe V en Italia. Primero recibió el encargo de
representar a su esposo en el reino de Aragón, con el fin de obtener el
juramento de fidelidad, que le afianzaría como rey de España. Tras despedirse
de su esposo en Barcelona el 8 de abril de 1702, la reina dejó Barcelona el 10
de abril y marchó hacia Aragón, deteniéndose en Zaragoza, donde presidió la
reunión de las Cortes aragonesas.[17] Según la información de
la Gazeta: “La Reyna N. Señora hizo
el dia 26 (de abril) el Juramento para las Cortes en la Iglesia de la Seo, el
27 pasó a la Casa de la Diputación del Reino, al solio.” Causó en los
aragoneses la mejor impresión y obtuvo de las Cortes un donativo de cien mil
pesos.
Se hallaba la
reina en Zaragoza cuando recibió su nombramiento oficial como gobernadora del
conjunto de la monarquía española. La situación era difícil y se consideraba
necesaria la presencia del monarca en el escenario italiano. La guerra estaba a
punto de estallar. Era conveniente, por tanto, dar plenos poderes a la reina.
Fue nombrada Gobernadora General de los Reinos de España. Según notificaba la Gazeta: “Y porque a la Reyna N. Señora
le han venido los poderes amplios, y absolutos para el gobierno universal de
estos Reynos, dieron parte en nombre de su Mag. El Señor Marqués de Castel
Rodrigo y el Sr. Conde de Montellano, a los Señores de las Cortes de este Reyno
para que tomen las más prontas providencias en la disposición de las Cortes, en
la consideración de ser preciso el partir en breve a Madrid.”
De Zaragoza la
reina fue a Madrid, para hacerse cargo de la gobernación del reino durante la
ausencia de Felipe V. La Gazeta de Madrid
informaba el 11 de julio de ese año sobre las actividades de la soberana: “La
Reina N. Señora asiste todos los días a la Junta del Gobierno, con la Gracia
que acostumbra en todo: y el primer día les hizo a los Señores un razonamiento
breve, discreto, y muy del caso, exhortándolos a la unión, y a los aciertos. El
sábado pasó S.M. por Retiro, a Atocha. Fue por el campo, y volvió por la villa
con mil aclamaciones, y muy agrada de aquel Real Sitio, y particularmente del
nuevo Casón. El domingo bajó al río, y concurrió infinito pueblo a ver a S.M.,
que volvió muy divertida, y parece que lo repetirá.” [18]
María
Luisa Gabriela supo ganarse la confianza de su esposo, pero también la de Luis
XIV, que desde la Corte de Versalles guiaba los pasos de su nieto y dirigía el
gobierno español. María Luisa mantuvo con el rey francés una continua correspondencia.
Con motivo del viaje de Felipe V a Italia en 1702, la reina escribía a Luis
XIV, situando sus deberes de reina por encima de sus deseos de esposa: “Amo al
rey apasionadamente; así no sabría pensar que me separo de él más que con un
extremo dolor; sin embargo, he comprendido que es necesario que yo haga este
sacrificio para su gloria y que me quede en España, para mantener el compromiso
de sus súbditos, que desean tanto mi presencia para conservar la fidelidad que
le deben y para socorrerle en las necesidades que tendrá para sostener la
guerra.”[19]
Como esposa y como reina siempre fue la primera en ponerse al servicio de la
causa de Felipe y en encabezar la defensa no sólo de los intereses de la Corona
y de la Dinastía borbónica, sino también del pueblo español que les apoyaba.
Mientras
María Luisa Gabriela fue regente durante la ausencia de Felipe V en Italia, su
dedicación al gobierno fue extraordinaria, aunque sólo tenía catorce años.
Desde Madrid escribía a Luis XIV: “Las ocupaciones que vos y el rey vuestro
nieto habéis juzgado oportuno darme me ocupan tanto que no tengo en verdad
tiempo de arrepentirme. Los asuntos van con una lentitud extraordinaria en la
Junta. De cincuenta asuntos que allí se llevan, no se finalizan a veces más que
la mitad. Al día siguiente se llevan otros tantos y se hace lo mismo. Sé que
esto hace quejarse a muchas gentes que querrían saber a qué atenerse de sus
pretensiones bien o mal fundadas. Estoy muy enojada; pero no es culpa mía, pues
ya di mi opinión sobre esto. Puede ser que mi vivacidad natural y mi poca
experiencia me hagan creer que los ministros harían mejor en ir más rápido y
tal vez son ellos quienes tienen razón al considerar las cosas con la flema
española. Hay días que estoy seis horas en el consejo entre la mañana y la
tarde. Dedico otras a las audiencias públicas y particulares y a las damas de
la ciudad. Con frecuencia no me quedan horas para tomar el aire; de manera que
no tengo más que un momento por la noche después de cenar para divertirme un
poco con mis damas. Lo empleo en jugar a la gallina ciega y a “la compagnie”,
un juego que os gusta, pues la Princesa de los Ursinos me ha dicho que había
tenido el honor de haber visto jugar a V.M. hace tiempo en casa de la difunta
Madame. Para hablaros francamente, tengo una gran impaciencia porque el rey
regrese, después de haber vencido a los alemanes, que retome el cuidado de sus
asuntos y que yo no tenga más que gozar del placer de verle y pensar en
divertirme.”[20]
La reina cumplió
siempre con su deber. Como gobernadora hasta el regreso de Felipe V a Madrid,
donde entró el 13 de enero de 1703. Y después dándole como esposa y como reina
toda su ayuda y colaboración. Su sentido de responsabilidad fue siempre máximo.
Cuando fue acusada por el Cardenal d'Estrées de apartar al rey de sus
obligaciones, en una carta del 18 de febrero de 1703 la reina se defendía ante
Luis XIV: “Decir que quiero perder al rey, decir que lo tengo en una molicie
vergonzosa, ¿se puede sufrir esto? yo que, encantada de poseer al más amable
príncipe de la tierra, hago consistir toda mi felicidad en su gloria! yo que he
disimulado mis lágrimas para no retenerlo cuando se marchó a Italia! yo, en fin
que, sabiéndole expuesto a las conjuraciones y a los peligros de la guerra, he
ahogado todos mis suspiros, para no descubrirle la desolación en la que me
ponía, para no debilitar su coraje!”[21]
La reina y la princesa de los Ursinos
Si
esencial para el rey era el apoyo de la reina, esencial para la reina fue el
apoyo de la Princesa de los Ursinos. Desde su puesto de camarera mayor, esta
dama consiguió ganarse totalmente a la pareja real, convirtiéndose en su amiga,
confidente y colaboradora, tanto en asuntos privados como en públicos. Pero su
identificación con los reyes españoles la hizo sospechosa ante Luis XIV y las
disputas y las intrigas entre los franceses enviados a Madrid, desgastaron su
posición. En 1704 la Princesa de los Ursinos tuvo que regresar a Francia, a
pesar del disgusto que su marcha ocasionó, sobre todo a la reina. Caída en
desgracia la Princesa no era admitida en Versalles.
María Luisa
Gabriela defendió a la Princesa ante la corte francesa. Una de sus cartas a
Madame de Maintenon manifiesta el afecto que sentía por la Ursinos: “Dadme en
todo vuestros consejos; siempre tengo necesidad de ellos, pero mucho más ahora.
Creo que dudaréis de la aflicción en que
me hallo desde la partida de la princesa de los Ursinos. He quedado muy
afectada al ver que se me privaba tan cruelmente de una persona que estaba muy
lejos de merecer este trato, no sólo por su calidad y por la amistad que el rey
y yo sentimos por ella, sino también por su conducta de la que yo soy testigo.
No se podría tener más celo que ella en todo lo que se refiere al rey mi
abuelo. Y se ha podido conocer en muchas ocasiones. En fin, os aseguro que es
muy cruel ser sacrificada a una cábala de gentes deshonestas que no tienen por
objeto más que sus intereses y por guía sus pasiones. (…) Para mí no os pido
otra cosa que contribuyáis a eliminar el engaño en que el rey mi abuelo ha
caído sobre el tema de la Princesa de los Ursinos, que es con toda seguridad
completamente inocente. Me lisonjeo de que vos querréis hacerlo, no sólo porque
se trata de defender a una pobre inocente que es acusada muy injustamente, sino
también porque vos no podríais darme una satisfacción más sensible. Hacedlo, en
nombre de Dios, que os lo deberemos y yo os podré contar entre el número de mis
amigas. En cuanto a mí, estoy bien, teniendo por vos una estima y una amistad
que durarán toda mi vida. Luisa.”[22]
Meses después seguía insistiendo en
su defensa de la Princesa. Rogaba que fuera admitida en Versalles y que se le
permitiera explicarse. En otra carta a Madame de Maintenon escribía: “Os diré,
una vez más, que lo que deseo tocante a esta dama es que se reconozca su
inocencia, que se le den algunas señales públicas de la bondad del rey mi
abuelo, que compensen la afrenta pública que se le ha hecho, y en fin que se la
deje ir a la corte. Estoy segura de que el rey le hará muy pronto la justicia
que ella merece, si quisiera entenderlo bien. Es esto lo que quiero que hagáis.
Os doy una buena ocasión de mostrar que vos deseáis proteger al inocente
oprimido. Tal como se ha visto hasta ahora. Creo que no se verá menos esta vez
y que vos me concederéis este consuelo. Me diréis, quizá, que en todas mis
cartas os digo lo mismo: lo reconozco. Pero a vos os diré la verdad, el asunto
en cuestión me tiene tan preocupada que me parece que no puedo hacer otra cosa
que hablaros. Pero por eso mismo es preciso que calle para pediros, en
confidencia, que me aconsejéis sobre una cosa, que es si debo escribir con
frecuencia o raramente al lugar donde estéis, es decir al rey, mi abuelo, a
Monseigneur, y a Monsieur el Duque de Borgoña. Si siguiera mi gusto, escribiría
sin cesar, sobre todo al primero. Pero cuando no hay nada nuevo, no me atrevo a
hacerlo por temor a importunar. Hacedme el placer de aconsejarme de qué manera
debo comportarme para complacerles y para demostrarles los sentimientos vivos y
sinceros, que tengo hacia ellos. Podéis creer que estaré orgullosa de seguir
todos los consejos que os tomaréis la molestia de darme y que los miraré
siempre como procedentes de una persona a la que cuento en el número de mis
amigas. No temáis, como me decís en vuestra carta, haceros inoportuna. Eso no
es fácil, cuando se tiene espíritu y por encima de todo cuando se tiene por vos
tanta amistad como yo tengo. P.S. Buena noticia. Por fin el rey mi abuelo ha
concedido a la Princesa de los Ursinos permiso para ir a la Corte. Os lo
agradezco vivamente y os pido que transmitáis al rey mi reconocimiento. Después
que hayáis tenido algunas conversaciones con la Princesa de los Ursinos, os
ruego que me digáis cómo la habéis encontrado y si tiene razón o se equivoca en
todo lo que os dirá.”[23]
En una carta escrita días más tarde
daba de nuevo efusivamente las gracias por el favor concedido a la Ursinos: “Ya
os he comunicado mi alegría por el permiso que la Princesa de los Ursinos ha
obtenido para ir a París. Pero no puedo evitar el repetírosla por un correo
extraordinario que envió a mi abuelo, para darle las gracias por tantos favores
como me hace. Porque todo lo que es para la Princesa de los Ursinos, lo tomo
como para mí misma. En verdad estoy encantada por la amistad con que este gran
rey me honra. Y me atrevo a decir que me la merezco por los sentimientos que
tengo hacia él.” [24]
Habiendo conseguido que la Princesa
fuese recibida en Versalles, su siguiente objetivo fue que se le permitiera
regresar a España. Para ello seguía confiando en la mediación de algunas
grandes damas, de Madame de Maintenon y de su propia hermana María Adelaida,
para que influyeran en Luis XIV. En una carta a la Mintenon decía: “La princesa
de los Ursinos se ha enorgullecido siempre de encontrar gracia cerca de vos, de
quien ella tantas veces, por mil trazos amables, me ha hecho conocer la
justicia y la bondad. Os ruego con las máximas instancias, otorgarle la confianza
sin reserva, obteniendo del rey mi abuelo, su regreso aquí. Me sentiré feliz de
deber a vuestra amistad esta gracia que yo anoto entera a mi cargo. La Princesa
de los Ursinos puede deciros el caso que os hago. Pido a mi hermana que una sus
plegarias a las mías y le señalo una sola razón, sobre la importancia de la
cual vos juzgaréis, es la del retorno de la Princesa de los Ursinos. Como no
dudo de que mi hermana os mostrará mi carta, para tomar las medidas que vos
juzgaréis oportunas, no os digo todas las razones que convierten la presencia
de la Princesa de los Ursinos en necesaria. Tenéis tanto espíritu que no tengo
necesidad de explicároslas. Pero no dudo en absoluto de que haréis todo lo que
podáis para que esta gracia me sea concedida. Creed que yo estaré siempre muy
agradecida y que tendré por vos una estima y una amistad infinitas.”[25]
Sus súplicas fueron escuchadas y la
reina agradecía a Madame de Maintenon su intervención, explicando la necesidad
que tenía de recuperar a la Princesa de los Ursinos: “Me enorgullezco de tener
muy pronto una nueva razón para estimaros, al saber que el rey mi abuelo me
concederá la gracia que le he pedido sobre la Princesa de los Ursinos. Porque
os aseguro que nada me hará tanto placer por mil razones, dejando a parte las
principales, que miran al servicio de los dos reyes. Os diré que estoy
persuadida que si fuerais testigo de la vida que llevo, no olvidaríais nada
para el regreso de una mujer que puede cambiarla. Es verdad que cuando estoy
con mi querido rey, no tengo necesidad de nadie más para consolarme de estar en
un país como éste. Olvido entonces todas mis penas. Pero de todo el día podéis
contar que no estoy ni dos horas con él. El rey está continuamente ocupado por
sus asuntos, por las audiencias, y cuando no las tiene por la caza, su única
diversión. Así, yo paso mi visa sola, todo el día, sola en mi cámara. La
Princesa de los Ursinos os dirá lo divertidas que son las españolas. Y vos
juzgaréis que yo no me equivoco al preferir estar sola mejor que con ellas. Vos
conocéis también el espíritu y el humor agradable de esta princesa. Me divierte
mucho cuando está aquí. Me suaviza el yugo al que estoy condenada. Así, aunque
no sea más que por piedad, estáis obligada, en conciencia, a pedir
encarecidamente al rey que me la devuelva enseguida.”[26]
Un mes después, en otra carta a la
Maintenon, manifestaba su alegría al conocer la confirmación de la noticia del
regreso a Madrid de la Ursinos: ¿Qué obligación he contraído con vos, Madame,
por la gracia que acabo de conocer en este momento que el rey mi abuelo me ha
concedido, al dejar regresar a este país a la Princesa de los Ursinos? No dudo
de que vos habéis tenido en ello mucha parte. No puedo expresar mis
sentimientos. Lo que es preciso que hagáis ahora es urgir a la Princesa para
que venga lo antes que pueda, aunque creo que ella lo hará con toda la
diligencia posible. Estoy encantada con mi abuelo: ¡es preciso convenir que es
un gran rey y que sabe rendir justicia a quien la merece! Querría deciros sobre
todo esto mil cosas; pero estoy tan contenta, que no sé ni lo que hago ni lo
que digo.”[27]
Gracias al empeño
de la reina, que le fue muy leal y no quería prescindir de ella, la corte
francesa hubo de ceder. La princesa regresó a Madrid y recuperó el protagonismo
político. Su amistad con María Luisa Gabriela de Saboya la mantuvo en el poder.
En este dúo la reina representaba el elemento más amable, mientras la princesa
atraía todas las críticas. Si se consideraba legítima la colaboración de la
reina con el rey, como reina gobernadora
en sus ausencias y como su sostén en todo momento, a la princesa de los Ursinos
la consideraban muchos como una intrusa, no sólo por ser extranjera, sino por
introducirse de una manera que era juzgada abusiva en el ámbito del gobierno, reservado
al monarca y a las instituciones del reino.
La reina valiente
La
guerra de Sucesión a la Corona española fue a la vez una gran guerra
internacional y una guerra civil española. Felipe V -como también el Archiduque
Carlos- quería ser rey de España y defendía la integridad de la Monarquía
española, sin divisiones ni repartos. Felipe V, que tenía su apoyo principal en
Castilla, nunca pensó en renunciar a la Corona de Aragón ni a ninguna de sus
demás posesiones. Partidarios de uno y otro príncipe, de Felipe y de Carlos,
los había en todas las partes de España, pero el enfrentamiento se polarizó
entre la Corona de Castilla, donde dominaban los seguidores de Felipe V, y la
Corona de Aragón, donde dominaban los seguidores del Archiduque. Hubo una
guerra civil general.
El
año 1706 iba a poner a prueba la entereza de la reina. La suerte se volvió en
contra de las armas borbónicas. El 23 de mayo la derrota del mariscal de
Villeroy ante el duque de Marlborough en
Ramillies fue un grave revés que puso en grave peligro a los Países Bajos
españoles. En España la guerra iba también muy mal para Felipe V. En 1705 se
produjo el alzamiento de los reinos de la Corona de Aragón en favor de Don
Carlos. Felipe V, que quería recuperar esos territorios, de nuevo se puso al
frente del ejército y marchó hacia Cataluña. Pero el intento fracasó. Ante la
llegada de la flota aliada, en mayo de 1706, las tropas borbónicas hubieron de
retirarse.
Ante
la inminente llegada del Archiduque a Madrid en junio, María Luisa Gabriela, que
se hallaba sola, pues el monarca continuaba en el campo de batalla, no se
arredró y, demostrando enorme valentía y tenacidad, consiguió dinero y reclutó
milicias para tratar de defender la capital. Aquella muestra de fortaleza dada
por una mujer de apariencia tan frágil no hizo sino atraer la adhesión de la
gran mayoría de sus partidarios y aumentar la admiración que sentían hacia
ella. Aunque hubo de salir de Madrid, nunca se desanimó ni perdió el coraje.
Madame
de Maintenon en una de sus cartas a la Princesa de los Ursinos se compadecía de
la Reina: “Sí, señora, la reina merecería, ciertamente, un mejor destino. La
Señora de Brancas todavía nos cuenta maravillas; pero, Señora, todo no está
perdido y ella es lo bastante joven para ver más de una revolución.”[28] Y en otra alababa su
valor: “Al fin, Señora, tuvimos ayer noticias de España y siempre malas, como
nosotros debíamos esperar. ¡Qué espectáculo ver a esta reina experimentar a los
dieciocho años la destrucción de un reino y verse errante, buscando un lugar
dónde la quieran recibir! Pero es todavía más sorprendente, Señora, que soporte
la situación en que se halla con la sumisión y el coraje que me indicáis.
¡Sería posible que Dios la abandonase! Sin embargo, Señora, me parece bien
difícil envanecerse con cualquier esperanza. Si perdéis una batalla , todo está
perdido y en este momento si no la dais, quizá lo perdáis todo un poco más
lentamente. (…) ¡Qué crueldad la de la guerra y ver a todos estos príncipes
perseguirse unos a otros y hacer perecer a tanta gente! Me siento muy triste no
viendo más que horrores.(…) El rey se halla con perfecta salud; nuestra
princesa se encuentra menos incómoda que en su primer embarazo. ¡Qué disgustada
estoy de que vuestra reina no se halle en el mismo estado! Los castellanos
serían todavía más adictos.”[29] En otra misiva posterior
elogiaba el coraje de las dos hermanas saboyanas: “Convengo sin dificultad,
Señora, en el mérito de nuestras dos princesas; me parece que casi nunca se
disfruta de todas las venturas a la vez. su conducta es con toda seguridad
sorprendente. ¡Dios las quiera bendecir! Tienen necesidad de coraje. (…) Es muy
prudente, Señora, no exponerse a salir una segunda vez de Madrid; no veo nunca
los extremos en que se halla la Reina sin pensar en su estado si vos no
estuvierais con ella; pero comprendo que con tal ayuda todo le debe resultar
soportable. Creo también que el reposo que disfrutaríais en Roma no es
comparable al bien de formar el corazón y el espíritu de una princesa que será
siempre una gran figura en el mundo.[30]
Demostró la reina
desde el principio un gran instinto político y con el tiempo ganó en
experiencia. Un gran encanto personal y una especial amabilidad en el trato la
hacían todavía más atractiva, más escuchada y más influyente. Su entrega a la
causa borbónica fue generosa. Además de amar al rey, sentía un gran amor por su
pueblo y fue sinceramente correspondida. Como señala el historiador Carlos
Seco, la Reina fue “el lazo más eficaz entre Felipe V y su pueblo”.[31] María Luisa reconocía y
agradecía el apoyo popular, como fundamento y garantía del poder de la Corona.
Tras la retirada de Madrid del archiduque, el 3 de noviembre de 1706 escribía a
madame de Maintenon: “En esta ocasión se ha hecho evidente que, después de
Dios, es al pueblo a quien debemos la corona [...], ¡sólo podíamos contar con
él, pero gracias a Dios, el pueblo vale por todo!”[32] La enorme popularidad de
que gozaba la joven Reina fue una de las mayores garantías de la consolidación
de la nueva dinastía.
Madre del heredero al trono
María
Luisa Gabriela culminó sus deberes como esposa y como reina al dar descendencia
a la Corona, que era la máxima obligación de una soberana. Para nadie más
evidente que para ella el problema que significaba la falta de un heredero.
Como se casó muy jovencita y pasó algunos meses separada de su esposo, el
matrimonio tardó un cierto tiempo en tener hijos. Al principio no manifestaba
demasiado entusiasmo en quedar embarazada. Según escribía en una de sus cartas
a Madame de Maintenon, en marzo de 1705: “Es verdad que no me desagradaría
tener hijos, por todas las consecuencias favorables que la fecundidad de las
reinas trae consigo. Pero también os confesaré que no me disgusta no haber aun
comenzado. Lo deseo muy poco. Porque aunque yo no haya todavía probado como mi
hermana lo que es un embarazo y un parto, comprendo bien que no es demasiado
bueno para estar tentada a repetir frecuentemente.”[33] Pero su deber como Reina
estaba como siempre por encima de todo.
A
comienzos de 1707 había indicios de que podía estar embarazada. La Princesa de
los Ursinos, a la primera falta de la Reina, se sentía orgullosa de anunciar,
en una de sus cartas, el feliz acontecimiento a Madame de Maintenon: “¿Cuándo
nos enviaréis la buena noticia del feliz parto de vuestra gran princesa? La
esperamos con una impaciencia que no os puedo expresar. No conozco, me parece,
diferencia alguna en mi corazón en lo que respecta a las dos hermanas, y la
ternura que ellas sienten la una por la otra me las hace amar igualmente,
mirándolas como una sola cosa. Si nosotros estamos tan felices por tener un
príncipe, este nacimiento os traerá la salud, señora, y esto será para mí un
nuevo motivo de alegría. ¿Si por nuestra parte tenemos esperanza de embarazo,
que diríais vos? No es cosa imposible que la Reina haya seguido el ejemplo de
la señora duquesa de Borgoña. Os voy a exponer el hecho; vos juzgaréis después.
Sabréis que Su Majestad nunca ha retrasado su ciclo, al contrario, se le avanza
siempre cuatro o cinco días y algunas veces más; el mes ha pasado. hoy hace
siete días, y no hay duda; ella se encuentra, sin embargo, de maravilla; esto
da sospecha de embarazo. He dudado en saber si debía comunicaros este rayo de
esperanza que tengo, o si debía esperar a daros parte, señora, la semana
próxima; pero he creído que haría mejor teniendo el honor de escribiros en este
correo, para que vos tengáis al menos un momento de esperanza que os dé
felicidad, ya que estos momentos son tan raros para vos que no hay que
robároslos. Sin embargo, la Reina no quería que os dijera nada; como tiene más
prudencia de la que tengo yo, Su Majestad quería que yo esperase a fin de estar
más segura; pero, a pesar de mi respeto y de mi deferencia a su voluntad, hay
algunas ocasiones en que no hago caso más que a mi cabeza y no lo encuentro
mal. El rey de España desea ardientemente ser padre. La pasión violenta que
siente por la Reina, y la importancia que tiene para él tener un Príncipe de
Asturias, le hace desear violentamente que esta princesa se quede embarazada;
no me deja tranquila, me pregunta en todo momento lo que creo, y si él se puede
enorgullecer de semejante felicidad. Esta vivacidad me hace recordar la que vi
en el señor duque de Borgoña cuando os preguntaba, señora, en vuestra
habitación de Marly, si su esposa dormía, y si no la despertaría entrando en la
habitación en la que estaba acostada, o si no me parecía que su sueño fuera muy
profundo.
En
fin, señora, Su Majestad Católica será transportado de alegría si su
encantadora Reina está en el estado que querríamos que estuviera. Sin embargo,
como nao hay nada perfecto, preveo cosas que producirán mucha aflicción a Sus
Majestades Católicas. Se trata, señora, de que el Rey volverá a ponerse a la
cabeza de su ejército donde él cree que su gloria le compromete a ir, cosa que
va delante de toda otra pasión; él hace sus cuentas sobre este efecto de
separarse de la Reina, aunque con la pena de dejarla sola en una situación tan
peligrosa de toda formas, y quizás en vísperas de verse obligada a salir por
segunda vez de su capital, en un estado en que sería tan importante que ella no
tuviera nada más que hacer que cuidarse. Además, el temor que ella tendrá de
saber al Rey expuesto es capaz de herirla; todos sus pueblos se desesperarán
por esta separación, por la aprensión que tendrán de que no le suceda algún
accidente a esta princesa que les es tan querida y de la que esperan el
consuelo de ver un sucesor para su Rey. El embajador y el duque de Berwick
escriben sobre esta cuestión al Rey (Luis XIV) para que decida sobre lo que el
Rey su nieto deberá hacer: pero ellos no podrán como yo, señora, entrar en los
detalles en lo que mira a la Reina, que es, me parece, de tan gran
trascendencia, que no es necesario menos que la sabiduría de nuestro señor para
aconsejar bien sobre lo que conviene hacer en estas circunstancias. No perderé,
como vos podéis pensar, señora, ocasión alguna de instruiros sobre el estado de
la Reina; si nuestra esperanza se confirma, tendré que pediros muchos consejos,
porque vos no os podéis imaginar todas las precauciones que habrá que tomar, ni
todo lo que falta en este país. (…) Esta carta fue escrita hace tres días,
porque se quería hacerla partir ese día; la han retrasado, es decir, el correo;
la he abierto para añadir, señora, que la Reina se encuentra en el mismo estado
que he tenido el honor de indicaros. ¡Dios quiera que haya alguna cosa!” [34]
Las esperanzas se confirmaron. María
Luisa Gabriela de Saboya estaba esperando un hijo, lo que hacía doblemente
feliz a Felipe V como padre y como rey. Para cuidar de la reina durante su
embarazo y asistirla en el parto se hizo venir de París a un famoso médico
comadrón, Julien Clément, que había asistido a los partos de la princesa María
Adelaida, y una comadrona muy experimentada, Madame de la Salle. Llegaron a Madrid
el 6 de junio y su presencia tranquilizó mucho a María Luisa. Como escribía el
13 de junio a Luis XIV: “Son muy necesarios porque no estoy demasiado
convencida de la habilidad de las comadres de Madrid. Aquí tienen muy poco
cuidado con las mujeres parturientas.”[35] La reina quedó muy
satisfecha de sus cuidados. Años después elogiaba su habilidad en una carta a
Madame de Maintenon: “En cuanto a la Señora Duquesa de Berry, se conserva con
tanta sabiduría, que debe esperar llegar felizmente al término (de su
embarazo). He oído decir que no quiere servirse de Clément. Dudo que encuentre
otro comadrón tan hábil como él.”[36] En las cartas de la
Princesa de los Ursinos a Madame de Maintenon se daban regularmente noticias
sobre el estado de la Reina: “La Reina no siente aun ningún dolor para dar a
luz, lo que hace creer al señor Clément que llegará hasta el fin de su término.
El calor, que es ahora excesivo, le impide dormir por las noches; se resarce un
poco por el día: me aseguran que las mujeres en su último mes acostumbran a
perder el sueño.”[37] El embarazo llegó a buen
término y María Luisa Gabriela dio a luz con toda felicidad, pero la salud ya
delicada de la reina quedaría resentida. La enfermedad pulmonar que padecía se
agravó, tenía tos, con frecuencia padecía fiebre alta y le aparecieron unos
ganglios en el cuello.
El nacimiento de su primer hijo, Luis Fernando, en Madrid el 25 de agosto
de 1707, festividad de San Luis, rey de Francia, en un año de victoria, pues en
la primavera las armas borbónicas habían vencido en Almansa, se recibió como un
símbolo de esperanza para la causa borbónica y fue celebrado con gran júbilo.[38] El Marqués de San Felipe explicaba las
circunstancias especiales que rodearon el nacimiento del príncipe Luis:
“Regocijó mucho a la corte y a la España toda del partido del rey Felipe, el
haber la reina María Luisa dado a luz un príncipe a 25 de agosto, dos horas
antes del mediodía, al cual se le puso en el bautismo el nombre de Luis
Fernando, ya por renovar la memoria de dos tan grandes reyes, como también
porque nació en el día de San Luis, rey de Francia. Diósele el título de Príncipe
de Asturias, que es el que pertenece a los primogénitos de los Reyes
Católicos. Cuando estaba la Reina con los últimos dolores de parto, fueron
llamados el cardenal Portocarrero, el nuncio apostólico Zondadori, los
ministros extranjeros y los presidentes de los Consejos, según costumbre, para
que fuesen en la posible y más decente forma testigos del verdadero parto de la
Reina, pues publicaban los enemigos que era fingido el preñado, para asegurar
con la sucesión el amor y fidelidad de los pueblos.”[39]
Pocas semanas
después del nacimiento, en una carta a Madame de Maintenon, María Luisa
Gabriela manifestaba la satisfacción y el orgullo que sentía al ser madre:
“Esperamos incesantemente la de la toma de Lérida: todo lo que mi tío (el Duque
de Orléans) hace parece fabuloso. Él vendrá aquí (a Madrid) tan pronto como
haya hecho esta conquista, para hacer la ceremonia del bautismo de mi hijo.
Creo que lo encontrará hermoso. Si quisiera creer a mi hermana, lo sería menos
que mi sobrino. Porque ella me habla de su hijo, como si no hubiera nadie tan
maravilloso. Por mucha complacencia que yo tenga por ella, no puedo estar de
acuerdo, no teniendo el Príncipe de Asturias ningún defecto y estando su rostro
lleno de gracias. Nadie lo ve sin quedar encantado; y la Princesa de los
Ursinos, que no está en absoluto acostumbrada a los cumplimientos insulsos, me
dice todos los días que todo su temor es que se acabe idolatrando a este
Príncipe. Su salud continúa siendo perfecta.”[40]
Madame de Maintenon manifestaba su
contento por el nacimiento del heredero. Como escribía en una carta del 10 de
octubre de aquel año a la Princesa de los Ursinos: “No sabría hacerme una idea
más agradable que imaginarme a vuestra reina llevando ella misma a su hijo para
presentarlo a Dios; le pido de todo corazón que bendiga a una familia tan
piadosa; lo espero y no puedo creer que los abandone.”
María Luisa Gabriela
de Saboya culminó su vida de esposa y reina al convertirse en madre. Había
cumplido con su deber. El pequeño príncipe era el mayor don que ella hacía a su
esposo y al reino. Pero este deber fue a la vez su orgullo y su felicidad. Ella
sabía perfectamente como esposa y como reina lo importante que era ese niño
para su esposo el Rey y para la Corona, pero como madre su satisfacción era
todavía mayor. Aunque el título de Príncipe de Asturias le fue dado desde el
mismo momento de su nacimiento, el infante Don Luis sería jurado como Príncipe
de Asturias por las Cortes castellanas el 7 de abril de 1709, en la iglesia de
los Jerónimos de Madrid. Es conmovedora la carta que María Luisa escribe a
Madame de Maintenon explicándole la ceremonia:
“Mi hijo fue ayer
reconocido presunto heredero de la Monarquía de España por las cortes del
reino. Y en calidad de tal el clero, todos los Grandes, los oficiales de la
Corona, la nobleza y los diputados de las ciudades que tienen derecho a asistir
a las cortes, le juraron fidelidad, le rindieron homenaje y le besaron la mano.
El Cardenal Portocarrero ofició y recibió el juramento. El Patriarca de las
Indias, gran limosnero, dio la confirmación a mi hijo, porque es costumbre
confirmar a los Príncipes ese día, cuando no han recibido este sacramento. El
Cardenal Portocarrero le sirvió de padrino y el Duque de Medinaceli recibió el
homenaje. Esta ceremonia duró tres horas. La asamblea fue muy numerosa y todo
transcurrió, no obstante, con tanto orden y un tan profundo respeto, que yo no
quedé menos sorprendida que contenta, así como de las vivas y tiernas
expresiones con las que cada persona testimonió su alegría y la de todo el
reino al besarnos la mano.
“Hacia las nueve y media fuimos el
rey, mi hijo y yo a la iglesia de San Jerónimo, que encontramos magníficamente
decorada y llena de todos los que tenían derecho a entrar por sus cargos, o
como miembros de las cortes. El rey se hallaba acompañado de los grandes
oficiales de la Corona. Yo fui acompañada de catorce damas, todas Grandes o
casadas con los hijos primogénitos de los Grandes, que yo había escogido entre
las primeras Casas de España. Mi hijo fue llevado por la Princesa de los
Ursinos. Era a ella como Camarera Mayor a quien correspondía llevar mi cola, pero
desempeñando el cargo de gobernanta del Príncipe, el conde de Aquillier,
capitán de las Guardias, tomó su lugar, porque si yo hubiera nombrado a una
dama, todas las demás se hubieran desesperado por esta preferencia. Desde que
nosotros llegamos bajo nuestro palio, la ceremonia comenzó con el Veni
creator. Durante toda la misa, mi hijo se comportó con una sensatez y con
una gracia que atrajo la atención de todo el mundo. Besó el Evangelio y la paz
como una persona con pleno uso de razón. Pero cuando lo llevaron al altar para
confirmarlo después de la misa, comenzó a enfadarse por alejarse de mí y la
banda que le pusieron acabó de ponerlo de mal humor. Esto duró poco, porque
desde que volvió a mi lado, sus lloros cesaron. A continuación vino cada uno,
en orden de rango, a prestar juramento y rendir homenaje. Más de doscientas
personas besaron la mano de mi hijo, que él mismo dio con mucha gracia, con
mucha más paciencia que cabía esperar de un niño que todavía no tiene veinte
meses. Sin embargo, hacia el final hubo que llamar a la nodriza. Pero, mientras
mamaba daba la mano a besar, como antes, de una manera que parecía preguntar si
esto no iba a acabar nunca. Después del Te Deum, pasamos a nuestro
apartamento en el mismo orden y con el mismo séquito. Los pueblos no han podido
dar más señales de su celo y de su amor por nosotros, que lo que han hecho en
esta ocasión. La corte estuvo magnífica y creo que jamás se había visto tan
festiva y mejor ordenada ni que haya acabado con una satisfacción tan general.”[41]
Firme ante la adversidad
El
nacimiento del heredero dio a la Reina todavía mayor valor y coraje. La guerra
continuaba y la situación era muy difícil. Si el compromiso de la reina con la
Monarquía española se hizo evidente en el enfrentamiento con su familia y su
patria de origen al tomar Saboya partido por el archiduque, más claro todavía
fue ese compromiso con la causa de Felipe V en el distanciamiento de Luis XIV,
cuando se vio que los intereses de Francia y España no coincidían. María Luisa
de Saboya siguió siendo el pilar de fortaleza que sostuvo al rey, defendiéndole
contra sus enemigos y también contra sí mismo en los momentos en que la
“melancolía” amenazaba con anularle. No sólo fue una buena esposa, fue también
una reina. Apoyó todas las iniciativas políticas, militares y diplomáticas del
rey, hizo causa común con él ante la corte de Versalles y utilizó con gran
habilidad las redes femeninas para reforzar las actuaciones de Felipe V. Fue
también el pilar de fortaleza que sostuvo la causa borbónica en los peores
momentos de la contienda. El Padre Flórez hizo un gran elogio del enorme coraje
de la reina, que se crecía ante la adversidad: “Por aquel mismo tiempo (1709)
andaban los Aliados arbitrando en la Haya sobre artículos preliminares de Paz,
tratando que el Rey de Francia abandonase a su nieto D. Felipe, en cuya
suposición daban por cierto que no podría subsistir en España. La especie era
melancólica, y se dice haber consternado algo el ánimo de nuestro Monarca: pero
la Reina, usando de los últimos esfuerzos, manifestó una heroica resolución,
diciendo que no abandonaría jamás el Trono en que Dios la havia colocado: que
mientras hubiese espíritus en sus fieles Españoles, defendería palmo a palmo
los Estados: que si la infausta suerte la obligase a salir de las Castillas, se
iría con el Príncipe en los brazos a morir en Asturias con la gloria de no
haberla faltado valor, espíritu, ni resolución para mantener la Corona. Este
generoso aliento debía infundirle en el más falto de corazón.”[42]
De
nuevo en 1710, ante el avance de las tropas aliadas, volvió a dar la reina
María Luisa evidentes pruebas de entereza ante la adversidad. Enferma de
consideración, con su hijito también enfermo, hubo de salir de Madrid y marchar
a Valladolid y después a Vitoria y hubo, además, de renunciar a un tratamiento
termal en Francia para evitar el desaliento de los seguidores de la causa
borbónica, que hubieran podido interpretar la marcha de España como una huída.
El padre Flórez recoge el episodio: “Salió de Madrid la Corte en el día 9 de
Septiembre para Valladolid, con la nueva pena de llevar la Reina al Príncipe
indispuesto con calentura, lo que como madre amorosa sentía más que su propia
incomodidad: pero todo lo sufrió con Real grandeza de ánimo, mostrando un
corazón y constancia superior a todos los desaires de fortuna. Adelantóse la
Reina hasta la Ciudad de Vitoria con los Tribunales y muchos Señores que no
podían acompañar al Rey. Desde allí se esparció una voz poco favorable para el
restablecimiento del Estado, diciéndose que la Reina resolvía irse a Francia
con el Príncipe: lo que se miraba como dar ya por perdido el Reino, y
consternaba mucho los afectos. En realidad la Reina padecía unos bultos en la
garganta, para cuyo remedio se juzgaban útiles las aguas del Condado de
Bigorra: pero atendiendo a la delicada constitución del Estado, no se tuvo por
conveniente aquel remedio, y se desvaneció la especie.”[43]
Durante la
ausencia de su marido, que se hallaba ocupado en el campo de batalla, la reina
se hizo nuevamente cargo del gobierno. Una de sus preocupaciones principales
era allegar recursos para la guerra y recurrió a diversos recursos, entre ellos
a la venta de cargos, mercedes y beneficios. Este sistema no sólo se debía a
las graves necesidades de la guerra, sino que una parte significativa de los
recursos obtenidos fueron dedicados a la Casa de la Reina y acabarían a
disposición de la soberana y de su amiga y confidente la poderosa princesa de
los Ursinos, que los aplicarían a la adquisición de joyas y a los gastos de reformas
y decoración del palacio.[44] Toda esta trama revela su
poder y su capacidad de decisión política y financiera, que la llevaba hasta el
extremo de entrar en prácticas de dudosa legitimidad, que apuntaban hacia la
corrupción. Su importante labor al frente del gobierno acabaría deslizándose en
algunos aspectos hacia una manera de negocio particular, en gran medida por
influencia de la princesa de los Ursinos y con la colaboración de los
ministros, como José Grimaldo, y de su tesorero, Juan de Goyeneche.[45]
Pero la adversidad no duró siempre.
En 1711 la situación se tornó más favorable a la causa borbónica. La muerte el
17 de abril del Emperador José I y la marcha del Archiduque a Viena para asumir
el trono cambiaron sustancialmente las perspectivas de la guerra. Aunque dejaba
como prenda a su esposa Elisabeth Cristina de Brunswick en Barcelona, su
ausencia debilitaba seriamente su posición en España. María Luisa, a pesar de
su delicado estado de salud, se sentía animada por los nuevos acontecimientos,
como muestra una de sus cartas a Madame de Maintenon: “He querido encargarme yo
misma de comunicaros una noticia que, espero, os hará algún placer. Es el
embarque del Archiduque, que se hizo el 27 del pasado y el mismo día la flota
despareció de la vista de Barcelona. La Archiduquesa se ha quedado, pero yo no
dejo de creer que la partida de este príncipe nos será favorable. Dejo a mi
hermana que os diga las noticias de nuestro ejército, no teniendo más que el
tiempo de aseguraros, mi querida Señora, que aunque no os escribo con demasiada
frecuencia, no os estimo ni os amo menos, pero es que estoy persuadida con
mucha razón que mis cartas no harían más que importunaros. Es preciso, sin
embargo, que os diga también que estoy encantada de saber por mi hermana que vos
estáis contenta con el rey. Estoy segura de que lo estaríais todavía más, si lo
pudierais ver de cerca y conocer bien sus verdaderos sentimientos por el rey su
abuelo. Son tales como deben ser y tales como vos podrías pedirle.[46]
Pero si la marcha de la guerra
parecía tornarse más favorable, los asuntos familiares atravesarían en los
meses siguientes una etapa terrible, llena de muertes dolorosísimas para María
Luisa Gabriela y para toda la familia borbónica. Murió el Delfín Luis, hijo de
Luis XIV y padre de Felipe, murió el siguiente delfín Luis, duque de Borgoña,
hermano de Felipe, murió la duquesa de Borgoña, María Adelaida de Saboya,
hermana de María Luisa Gabriela, y murió el tercer delfín, el duque de Bretaña,
hijo de los anteriores. La reina escribía a Madame de Maintenon: “Creo que
estaréis muy sorprendida, mi querida Señora, de recibir una de mis cartas,
haciendo tanto tiempo que no os he escrito. Pero os confieso que después de las
terribles desgracias que hemos padecido, no he tenido jamás el coraje. ¡La
cruel pérdida! Hace falta muy poca cosa para renovar todo mi dolor! Temo
también lo mismo para vos. En fin, es preciso vencerme, para que no me acuséis
ni de pereza ni de inconstancia. Porque con toda seguridad, vos me tendréis
toda mi vida como una de vuestras
mejores amigas. No dudéis, os lo ruego y tened siempre un poco de amistad para
mí. La partida de la Princesa de los Ursinos me da aún una nueva razón para
importunaros con mis cartas durante su ausencia. La salud de nuestro pequeño
delfín me es muy preciosa: lo miro, lo amo, como si fuera mi propio hijo.
Espero mucho que las aguas de Bagnieres curarán enteramente a la Señora
Princesa de los Ursinos de los achaques que padece. Pero podéis creer que ha
sido necesaria una razón tan importante como la de su salud para hacerme
consentir su ausencia de tres meses. Hemos estado aquí muy satisfechos del
cambio acaecido en Flandes. Me alegro con vos. Pero cada buena noticia me trae
el triste recuerdo de la alegría que habría tenido mi pobre hermana. Bien veo
que en lugar de alegraros, como yo siempre querría hacer, tomo el camino de
afligirnos juntas.”[47]
Hacia la paz
Aunque con muchas dificultades la
paz se iba acercando. La renuncia de Felipe V a la corona de Francia removió
uno de los obstáculos principales, pues los aliados querían apartar la
posibilidad de la reunión de ambas monarquías borbónicas bajo un solo soberano.
María Luisa Gabriela, feliz ante las buenas noticias que anunciaban el fin de
la guerra, narraba a Madame de Maintenon el solemne acto de renuncia: “Me
alegro con vos, mi querida Señora, de la rendición de Bouchain, cuya noticia
nos ha llegado en el último correo. ¡La campaña ha finalizado muy felizmente y
con gran gloria para el Mariscal de Villars! Debemos estar muy contentos con él.
Espero que tendré muchas otras felicitaciones parecidas que haceros y que la
conclusión de la paz llegará a tiempo para que no haga falta hablar de campañas
el año próximo. Este último debe, me parece, hacer cambiar de lenguaje a los
holandeses y en ese caso el Archiduque estaría bien apurado viéndose tan solo.
Sería muy necesario que él tomara también su partido. Nosotros no hemos estado
de esta parte tan felices como vos lo habéis estado en Flandes. Porque nuestro
asedio de Campo Mayor ha terminado mal, el Marqués de Bay se ha visto obligado
a levantarlo. (…) Conoceréis por el Señor de Bonnac, mi querida Señora, lo que
pasó ayer, pues él personalmente fue testigo. Por tanto es inútil que yo os lo
cuente con detalle. Os diré solamente que por la mañana el rey hizo hacer la
lectura del acta de su renuncia a la corona de Francia, con todas las cláusulas
que se han deseado, la firmó, y juró solemnemente guardarla, habiendo nombrado
como testigos a todos los jefes de nuestras casas y a los consejeros de Estado.
Después de comer se hizo la reunión de todos los estamentos del reino en una
grande y bella sala, llena de gente, bien dispuesta y, por tanto, sin
confusión. El rey comenzó haciendo un discurso, en el cual se explicó
perfectamente y por lo cual la asamblea quedó muy contenta. Porque si no fuera
más que yo, vos no querríais quizá fiaros. A continuación se leyó un papel,
donde se exponía y señalaba más largamente la razón por la cual el rey reunía
los estamentos y todo aquello en lo que está de acuerdo con Francia y con
Inglaterra para alcanzar una buena paz. Después de esta lectura, un diputado de
la ciudad de Burgos tomó la palabra en nombre de todo el reino y dio una
repuesta al rey llena de todos los sentimientos que se pueden desear de ellos y
sobre todo de un reconocimiento extremo, a la vista del gran sacrificio que el rey hacía por amor de sus súbditos.
Lamenté mucho al escucharlo hablar que Milord Lexington no supiera el español.
Porque me pareció que no pudieron traducirle bien lo que este diputado dijo. Y
habría visto una nación que sabe amar a sus reyes. Los estamentos se reunieron
entonces entre ellos, para concluir todo lo que deben hacer, pasar a ley la
renuncia del rey y después lo que debe proceder de los príncipes de Francia.
Habría mucho en lo que entretenerse sobre semejante asunto. Pero lo he hecho ya
demasiado largamente. Añadiré, sin embargo, todavía, que el rey espera que todo
esto va a continuar y avanzar la tranquilidad de Europa, sobre todo la de
Francia y la de su abuelo, que desea tan apasionadamente. Por ella y por el
porvenir, veis todo lo que ha sacrificado. Espero a la Princesa de los Ursinos
a fines de este mes, partió el 27 de Bagnières. Fácilmente creeréis que no seré
indiferente al placer de volver a verla y con tan buena salud como la que las
aguas le han dado. Todo Madrid está lleno desde hace largo tiempo de viruelas,
lo que no deja de darme miedo. Pero, gracias a Dios, hasta el presente mis
hijos se encuentran perfectamente bien de salud. El pequeño no me ha dado ni un
momento de inquietud desde que está en el mundo. Estoy arrobada cada vez que me
entero de que nuestro pequeño delfín está bien de salud. Dios lo conserve y al
rey su bisabuelo tan largo tiempo como yo le pido.”[48]
Un mes más tarde la reina enviaba a
Versalles nuevas noticias sobre los progresos de la paz: “Nuestras noticias se
reducen a la publicación del alto al fuego con Portugal y a los preparativos
que se hacen para que nuestras tropas entren en Cataluña al mismo tiempo que el
Señor de Berwick. Creo que los catalanes no se encontrarán demasiado a gusto en
esta situación y abandonados de sus mejores aliados. Como el rey no quiere
dejar nada de su parte para hacer todo lo que él cree que puede contribuir a
avanzar la paz, a pesar de que no espera un gran efecto, se va a publicar
nuevamente un perdón para los catalanes. Milord Lexington ha hablado de ello en
nombre de la reina su Señora. Y pronto se ha acordado. Así, mi querida Señora,
debéis estar contenta de todo lo que el rey ha hecho desde el comienzo de las
negociaciones hasta hoy para avanzar esta paz que, según las apariencias, debe
estar muy pronto concluida. Os dejo, para ir a recibir muchas felicitaciones
muy enojosas que se hacen esta tarde por el cumpleaños del rey.”[49] Semana tras semana las
buenas noticias de la reina seguían llegando a la corte francesa: “Aunque vos
no queráis nada de mí, mi querida Señora, hay todavía una ocasión que me obliga
a escribiros. Es el socorro de Gerona, que el Mariscal de Berwick ha llevado a
término tan felizmente. Me alegro de todo corazón con vos hoy, no habiendo
podido hacerlo la semana pasada. (…) Hemos sabido por este último correo la
suavización de los holandeses. Creo que por fin vos no dudaréis más de la paz y
que la tendremos inmediatamente. La
deseo por toda clase de razones, de las cuales una os concierne, la amistad que
tengo por vos, mi querida Señora, me hace desear con lo mejor de mi corazón al
comienzo de este nuevo año que vos lo paséis en un reposo y una tranquilidad
que os son desconocidos desde hace tan largo tiempo, y con toda la satisfacción
imaginable. Como he escrito hace poco al rey mi abuelo por el año nuevo, no me
atrevo a volver a hacerlo todavía sobre el socorro de Gerona. ¿Querréis vos
comunicarle mis felicitaciones? Se equivocaría si dudara de mi alegría y de mi
reconocimiento.”[50]
María Luisa
Gabriela era feliz como esposa, como madre y como reina. Su primer hijo había
sido un niño. Después siguieron otros, todos varones. El 2 de julio de 1709
había nacido el infante Felipe, pero sólo vivió unos días, murió el 8 de julio.
El 7 de junio de 1712 la reina dio a luz otro niño, también llamado como el
anterior, Felipe Pedro, que moriría a los siete años, en 1719. Se introdujo
entonces en la monarquía española la ley sálica. Era una ley de origen franco,
establecida en Francia a partir de 1316, por la cual se anteponía el derecho de
todos los varones del linaje real a heredar el trono con preferencia a las
mujeres. El 10 de mayo de 1713 se promulgó el nuevo orden sucesorio, el “Nuevo
reglamento sobre la sucesión en estos Reinos”, que imponía la sucesión
masculina al trono, por orden de nacimiento.[51] El 23 de septiembre de 1713 nació otro hijo
del matrimonio, el infante Fernando. La sucesión parecía asegurada con tres
hijos varones entonces vivos. María Luisa Gabriela, que fue esposa de un rey,
fue doblemente madre de reyes, pues sus dos hijos que alcanzaron la edad
adulta, Luis y Fernando, llegaron a ser Reyes de España. Sin embargo, ambos
murieron sin descendencia, por lo que finalmente la Corona pasaría al hijo
primogénito del segundo matrimonio de Felipe V, don Carlos, el futuro Carlos
III.
Reina amada y admirada
María Luisa
Gabriela fue una reina muy amada y admirada. Los contemporáneos le dedicaron
grandes elogios, por su inteligencia, su valor, su dignidad. Agradaba a las
mujeres. La princesa de los Ursinos, al poco de conocerla, afirmaba: “Hace ya
de reina maravillosamente. [...] Tiene más espíritu y finura de lo que pueda
creerse. Es preciso cuidarla y al mismo tiempo vigilar que no alcance un ascendiente
demasiado grande sobre el espíritu del rey.”[52] La Condesa de la Rocca
decía de ella: “Era de talla pequeña, pero había en toda ella una elegancia
notable. Su fisonomía conservó largo tiempo una expresión infantil, pero muy
diligente, en una agradable muestra de ingenuidad y de gracia infantil.”[53] La Condesa de Crèvecoeur,
Adelaida de Vaureal, también la elogiaba y destacaba su aire de majestad: “No
puede decirse que es bella, ni ponderar la regularidad de sus facciones o la
perfección de sus miembros, pero respira su personita tal aire de dignidad y un
convencimiento tan absoluto de su alto estado, que a poco de escucharla resulta
difícil sustraerse a la idea de que, en efecto, se está en presencia de una
verdadera soberana”. Y añadía: “Cuando habla, anímase como por encanto y
descubre nuevos méritos. Su extraordinaria juventud, su aire franco, el timbre
simpático de su voz, su carácter firme y resuelto, todo agrada a primera vista
y justifica las alabanzas de que está siendo objeto.”[54] En 1708, madame de
Maintenon alababa a María Luisa como mujer y como soberana: “Una reina que es
el honor de su sexo y de las princesas de su rango”.[55] Y en 1710 escribía:
“Vuestra gran reina ha sido expuesta desde muy temprana hora a tristes
experiencias. Parece que Dios le ha dado un coraje proporcionado a las pruebas
por las que Él la quiere hacer pasar.”[56]
Y no sólo contaba
con muchas amigas y admiradoras, María Luisa Gabriela agradaba también a los
hombres. Ministros, embajadores le prodigaron las mayores alabanzas. En 1701 el
marqués de Montviel escribía: “La reina tiene el espíritu y la penetración de
una mujer de treinta años; tiene una docilidad sin debilidad que la determina a
hacer todo lo razonable que se le propone”.[57] En 1702 el embajador
francés, el conde de Marcin, opinaba que tenía “infinitamente más espíritu y
razón del que corresponde a su edad, o a una edad más avanzada, pareciendo amar
mucho al rey su marido y ser muy feliz.”[58] En 1704, el duque de
Gramont, el nuevo embajador de Francia en España, coincidía con su predecesor:
“La reina de España es lo que se llama entre lo más exquisito una persona muy
extraordinaria”.[59]
La misma admiración mostraba Iberville en 1709: “Todo lo que se dice de la
comprensión de espíritu de la reina estaba aún por debajo de la verdad.”[60] Igualmente el duque de
Vendôme en 1710: “Sobre la reina confieso que está muy por encima de todo lo
que había oído decir, no es preciso más que verla un momento para quedar
encantado”.[61]
En 1713, el italiano Alberoni alababa su talento como gobernante: “Las ideas de
esta reina se salen de lo corriente. Es una princesa joven, formada en el
trabajo y ya con una cierta experiencia; insensible a todas las diversiones,
encerrada entre cuatro paredes, aficionada a gobernar y dotada de cualidades
eminentes.”[62]
Y en 1714 Alberoni le rendía de nuevo homenaje: “Yo la he conocido bien y a
fondo. La he visto y tratado en las horas más difíciles. Y no me he separado
nunca de ella sin admirar sus decisiones, que no eran propias ni de su edad ni
de su sexo.”[63]
El siempre exigente duque de Saint Simon en sus Memorias hacía de ella un
retrato muy elogioso. Alababa sus cualidades personales: “Había nacido
inteligente, y ya en esta su primera juventud, con una inteligencia de buen
linaje, discreta, firme, consecuente, capaz de consejo y de autodominio, y que,
desarrollada y formada luego, mostró una constancia y un valor infinitamente
aumentados por la dulzura y la gracia de esta misma inteligencia”. Y admiraba
especialmente el modo en que supo ganarse el amor de su pueblo, cualidad
suprema de una reina: “Supo hacerse adorar de los españoles por sus maneras simples y afables y por la
generosidad de su alma.”[64]
Morir tan joven, en el umbral de la paz tan deseada
Poco pudo
disfrutar de su corona la joven reina. Su salud, siempre delicada, fue
empeorando y a comienzos de 1714 su estado era muy preocupante. Una grave
enfermedad pulmonar, que la aquejaba desde hacía tiempo, se agravó seriamente.
En diversas ocasiones estuvo a las puertas de la muerte. Se hizo venir desde París
un famoso médico holandés, Juan Adriano Helvetius, con la esperanza de que
pudiera hacer algo por ella, pero resultó inútil. La reina se moría.
El
lamento por la joven mujer y por la reina tan amada fue general. Madame de
Maintenon escribía a la Princesa de los Ursinos: “No es sorprendente, señora,
que Madrid y toda España estén llorando; pero es asombroso que se pueda estar
tan afligido como las gentes honestas lo están aquí por una princesa que no han
visto jamás. Envían incesantemente a pedir noticias a las personas que pueden
saberlas, y una de mis sirvientas me ha dicho esta mañana, al volver de misa,
que un lacayo había corrido hacia ella en la capilla para decirle transportado
de alegría: “Se dice que nuestra reina de España está mejor.” Las cartas que
hemos recibido han hecho llorar a todos los que las han visto; no creo que
pueda haber un espectáculo más enternecedor que aquel del que vos habéis sido
testigo. El señor Fagon aprueba la leche de mujer: pero, señora, temo que esta
gran desgana de la reina se deba a una nutrición bastante repugnante por ella
misma. El señor duque de Richelieu salvó la vida con este remedio: mamaba de
dos grandes mujeres bien hechas, hace muy bien cuarenta y cinco años y él tenía
casi los mismos; vive todavía. Si alguna cosa puede darme esperanzas, es lo que
vos me decís sobre la disminución de los bultos de la reina, que creo siempre
que son el mayor mal. El señor Fagon cree como vos que, si sus fuerzas vuelven,
es necesario que tome baños calientes que puedan fundirlos por dentro y por
fuera. ¿Qué no se debe hacer para salvar una vida como ésa? ¿Y al rey no le
gustaría más separarse de ella por tres meses o por seis que para siempre? La
idea de una desgracia tan grande debe hacer mirar todo lo demás como muy
soportable.”[65]
Aquella mujer que
tanto había luchado, como esposa, como madre y como Reina, para asegurar la
Corona en medio de los desastres de la guerra, murió en plena juventud, a los
veinticinco años, cuando llegaba la paz tan anhelada que confirmaba a su esposo
en el trono de España. Falleció en Madrid, el 14 de febrero de 1714.
Con su estilo
desenfadado la princesa palatina daba su versión de la muerte de la reina en
una de sus cartas: “La reina de España ha hecho como su hermana; cuando ha
estado a las puertas de la muerte, no ha querido a su jesuita y ha hecho venir
a un dominico, que había rehusado antes por causa de la Inquisición. Ha muerto
en brazos de este fraile. Después de la muerte de la delfina corrió el rumor de
que su padre ha hecho a sus dos hijas la recomendación siguiente: “Vive con los
jesuitas, pero no mueras con ellos.” No creo que un fraile de la Inquisición
valga más que un jesuita; como se ve por la historia de Le Long, los dominicos
no valen con el diablo.”[66]
La Gazeta de Madrid daba la triste noticia
del fallecimiento de la soberana: “Miercoles 14 a las ocho y quarto de la
mañana, murió de calentura continua, y pulmonía la Reyna nuestra Señora Doña
María Luisa de Saboya, aviendo reiterado en el espacio de un mes por tres vezes
los Santos Sacramentos, con mucha edificación, y la ultima, y una hora antes de
espirar, pidiendolos siempre por si misma. (…) Su virtud, prudencia, reserva,
sumo agrado, comprensión, y una varonil fortaleza, con que toleró las
adversidades de su Reynado, la conciliaron la admiración y amor de quantos la
trataron, sobrandola que fuese Reyna, para amarla, y venerarla. (…) Por tres
días estuvo expuesto el Real Cadáver en el Salón principal del Real Palacio,
donde continuamente celebraron sufragios las comunidades Religiosas, hasta que
el Domingo por la noche se conduxo con la acostumbrada, y correspondiente
pompa, al Real monasterio de San Lorenzo de El Escorial; acompañando toda la
Grandeza de España, con sus cavallos enlutados.”[67]
Tal como era
habitual en la corte española, se realizó al cadáver de la difunta una
autopsia, a la que asistió Helvetius. El examen post-mortem confirmó el diagnóstico dado en vida por los médicos.
La reina murió de tuberculosis pulmonar.[68]
El duelo por la
joven reina difunta fue muy grande, tanto en España como en Francia. Todos los
partidarios de la causa borbónica lloraron su pérdida. Pero los personajes más
próximos a ella, su esposo el rey y su amiga la princesa de los Ursinos,
reaccionaron de manera peculiar. La Princesa Palatina, tras la muerte de la
reina, comentaba en una carta el fin del extraño triángulo formado por Felipe
V, María Luisa Gabriela y la Princesa de los Ursinos: “La buena reina de España
ha pagado por los tres. Es lástima, porque no se puede tener más espíritu y
virtud que los que ella tenía. Pero hay una cosa que me sorprende, y es que la
princesa de los Ursinos ha persuadido al rey, por lo que se pretende, de que
fuera a tirar inmediatamente después de que la reina hubiera entregado el alma;
una hora después ella jugaba a la mariposa, y cuando el rey volvió de cazar,
jugaron una partida de ajedrez. Las gentes que como esta princesa están tan
llenas de política, no aman nada en el mundo más que a ellos mismos. A pesar de
esto, me cuesta creer tal cosa, porque no comprendo nada. Pero la señorita de
Charolais, que me lo ha contado, dice saberlo de buena fuente. Solamente,
aquellos que pretenden que la pobre reina ha muerto de celos, esos, puedo
asegurároslo, no conocen la corte de España; porque, de entrada, el rey es
demasiado piadoso para tener amantes, y en segundo lugar, la reina dominaba al
rey de una manera absoluta, él no daba un paso sin consultarla y la amaba,
además, de un modo tal que ella no tenía nada que temer. La reina ha sido
afectada de consunción porque la han querido curar de una enfermedad que no
tenía.”[69] La Princesa Palatina no
fue la única en sorprenderse ante la fría reacción de Felipe V. Saint-Simon en
sus Memorias comentaba que Don Felipe
había quedado “profundamente impresionado, pero un poco al estilo regio” y
anotaba, entre sorprendido y disgustado, que el rey estaba cazando mientras el
cadáver de su esposa era llevado a su tumba en el panteón del Real Monasterio
de El Escorial.
[1] Existen pocos trabajos
sobre María Luisa Gabriela de Saboya. Entre los recientes: M.A. Pérez Samper, Poder y Seducción. Grandes Damas de 1700,
Madrid, Temas de Hoy, 2003, Capítulo V: “La reina heroína: María Luisa Gabriela
de Saboya”, pp. 83-123. Mª V. López-Cordón, Mª A. Pérez Samper y
M.ª T. Martínez de Sas, La
Casa de Borbón. Familia, corte y política, Madrid, Alianza Editorial, 2000,
2 vols. D. González Cruz, “Actitudes e imagen de las reinas en tiempos de crisis:
la transición de los Austrias a los Borbones”, en D. González Cruz, (ed.), Vírgenes, reinas y santas. Modelos de mujer
en el mundo hispano, Huelva, Publicaciones de la Universidad, 2007, pp.
73-104. Otros anteriores: L. Taxonera: Amores
de las reinas de España, Editorial Alhambra, Madrid, 1944. F ,. Biondi Morra: María Luisa de Saboya. Reina de España.
Madrid, 1943. A .
Danvila, Las luchas fratricidas de España,
Vol. 2 La Saboyana (Fragmentos de las
Memorias de Adelaida de Vaureal, condesa de Crevecour), Espasa Calpe,
Madrid, 1927. E. Flórez: Memorias de las reynas cathólicas, historia
genealógica de la casa real de Castilla y de León, todos los infantes, trages
de las reynas en estampas; y nuevo aspecto de la Historia de España, Madrid, Antonio Marín, 1761, 2 vols. Memorias de las reinas católicas. Madrid, 1761. Edición
facsímil: Valladolid, Publicaciones de la Junta de Castilla y León, 2002. pp.
981-993.
[2] D. Carutti, Il Primo Re di Casa
Savoia: Vittorio Amedeo II, Turín, Clausen, 1897, y del mismo autor Storia del Regno di Vittorio Amedeo II,
Turín, 1863. G. Symcox, Vittorio Amedeo
II. L´assolutismo sabaudo 1675-1730, Turín, 1989.
[3] V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la Guerra de España e Historia de su rey Felipe V, el
Animoso, “Estudio preliminar” de C. Seco Serrano, Madrid, Atlas, 1957, Biblioteca
de Autores Españoles, 99, p. 25.
[4] Carta
de la Reina de
España (María Luisa Gabriela de Saboya) a Madame de Maintenon. Marzo de 1705.
Las cartas de la Reina han sido reproducidas y traducidas a partir de Alfred Baudrillart: Philippe V et la Cour de France, París, Firmin-Didot, 1889-1895, 5
vols.
[5] Carta
de la Princesa Palatina a la Duquesa de Hannover. Versalles, 17 de noviembre de
1701. Las cartas de la Princesa Palatina han sido reproducidas y traducidas a
partir de Lettres de Madame Duchesse
D´Orléans née princesse Palatine 1672-1722, prefacio de Pierre Gascar,
edición de Olivier Amiel, París, Mercure de France, 1985, 2ª ed.
[7] Saint-Simon, L. de, duc de Rouvroy, Mémoires,
París, Truc, 1953-1961, 7 vols. Bibl. de la Pléiade, II, ps. 55-57.
[8] Alfred Baudrillart: Philippe V et la Cour de France, París, Firmin-Didot, 1889-1895, 5
vols. Vol. I, ps.
85-86.
[9]
“Felipe V en Barcelona: Un futuro sin futuro” en Cuadernos Dieciochistas, 1, Salamanca, 2000, ps. 57-106.
[10] Emmanuel Mas i
Soldevila: “Diari desde el mes de novembre del any 1700 fins lo die 14 de
octubre del any 1705” Biblioteca del
Seminario Conciliar, Bar celona, Ms. 419, fols. 29-33.
[11] Antonio de Ubilla: Sucesión de el Rey D. Phelipe V… en la
corona de España; diario de sus viages desde Versalles a Madrid; el que executó
para su feliz casamiento, Madrid, Juan García Infanzón, 1704, p. 349.
[12] Gazeta de Madrid, Barcelona,
10 de noviembre de 1701.
[13] Arch. Di Stato Turín.
Correspondencia de la Reina de España con su madre la Duquesa de Saboya. Citado
por Bottineau: El arte cortesano, p. 343, nota 2.
[14] Festivas demonstraciones y
magestuosos obsequios, con que … el Principado de Cataluña celebró la dicha que
llegó a lograr, con el deseado arribo y feliz himeneo de sus Católicos Reyes D.
Phelipe… y doña María Luisa Gabriela de Saboya, Barcelona, Rafael Figueró,
1702, 352 ps.
[16] Baudrillart, vol. I, p. 51.
[17] Demostración jurídica y foral, en la provisión de firma, que piden
los señores diputados … sobre que estando continuadas y prorrogadas las Cortes,
mantiene la Reyna … la calidad de lugarteniente general del presente Reyno, y
no puede admitirse otro lugarteniente general, Zaragoza, 1702.
[18] Gazeta de Madrid, n.º 28, 11
de julio de 1702.
[20] Baudrillart, vol. I, ps. 101-102.
[21] Baudrillart,
vol. I, ps. 144-145.
[22] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 24 de mayo
de 1704.
[23] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 1 de
noviembre de 1704.
[24] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 28 de noviembre
de 1704.
[25] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 19 de
diciembre de 1704.
[26] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 19 de
diciembre de 1704.
[27] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 22 de enero
de 1705.
[28]
Carta de Madame de Maintenon a la Princesa de los Ursinos. Saint-Cyr, 5 de
junio de 1706. Las cartas de Madame de Maintenon han sido reproducidas y
traducidas a partir de Françoise d´Aubigné, Marquesa de Maintenon: Lettres à d´Aubigné et à Madame des Ursins,
introducción y notas de Gonzague Truc, París Bressaud, 1921.
[29]
Carta de Madame de Maintenon a la Princesa de los Ursinos. Saint-Cyr, 18 de
julio de 1706.
[30]
Carta de Madame de Maintenon a la Princesa de los Ursinos. Saint-Cyr, 26 de septiembre de 1706.
[31] Carlos
Seco Serrano, “Estudio
preliminar” en V. Bacallar y Sanna, marqués de San Felipe, Comentarios de la Guerra de España e Historia de su rey Felipe V, el
Animoso, Madrid, Atlas, 1957 (Biblioteca de Autores Españoles, 99), p.
XXXIII.
[32] Baudrillart, I, p. 272.
[33]
Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Marzo de 1705.
[34] Carta de la Princesa de los Ursinos a Madame de Maintenon. Madrid, 3
de enero de 1707. Las cartas de la Princesa de los Ursinos han sido traducidas
a partir de Anne Marie de la Trémoille, princesa de los Ursinos: Lettres
inédites de la princesse des Ursins. Edición y notas de M.A. Geffroy,
París, Didier et Cie., 1859. Vid también la colección de cartas editada por
Bossange y Lettres de la camarera mayor, París, Henri Gautier, s.a.
[35] Enrique Junceda Avelló: Ginecología
y vida íntima de las reinas de España, tomo II. La Casa de Borbón, Madrid, 1992, ps. 14-19.
[36] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. El Buen Retiro, 14
de diciembre de 1712.
[37]
Carta de la Princesa de los Ursinos a Madame de Maintenon. Madrid, 10 de agosto
de 1707.
[38] Gaceta de Madrid, n.º 35, 30 de agosto
de 1707. David González Cruz, “Nacidos para reinar: el ceremonial de la procreación
en España y América durante el siglo XVIII”, en Ritos y
ceremonias en el Mundo Hispano durante la Edad Moderna. Actas del segundo
En c u e n t ro Iberomanericano de Religiosidad y Costumbres populare s
celebrado en Almonte-El Rocío (España) del 23 al 25 de noviembre de 2001, pp. 91-119.
Gloria Franco Rubio: “Rituales y ceremonial en torno a la procreación real en
un contexto de crisis: El primer embarazo de María Luisa de Saboya (1707), en
J.M. Nieto Soria y M.V. López Cordón Cortezo: Gobernar en tiempos de crisis: las quiebras dinásticas en el ámbito
hispánico: 1250-1808, Madrid, Sílex, 2008, ps. 285-316.
[39] Vicente Bacallar y Sanna, Marqués de San Felipe: Comentarios de la
guerra de España e Historia de su rey Felipe V, el Animoso, Ed. de Carlos
Seco Serrano, Madrid, B.A.E., 1957, p. 140.
[40] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. Madrid, 2 de
octubre de 1707.
[41] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. 21 de abril de 1709.
[42] Flórez: Memorias, vol. II, p. 989.
[43] Flórez: Memorias, vol. II,
p. 991.
[44] J.J.
Luna Fernández, “Las pinturas del cuarto de la Reina María Luisa Gabriela de
Saboya en el Alcázar de Madrid. 1703.” En Anales
del Instituto de Estudios Madrileños, nº 15, 1978, ps. 187-206.
[45] F.
Andújar Castillo, Necesidad y venalidad.
España e Indias 1704-1711, Madrid, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, 2008.
[46] Carta de la Reina de España a
Madame de Maintenon. Corilla ?, 9 de octubre de 1711.
[47] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. El Buen Retiro, 26
de septiembre de 1712.
[48] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. El Buen Retiro, 16
de noviembre de 1712.
[49] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. El Buen Retiro, 14
de diciembre de 1712.
[50] Carta de la Reina de España a Madame de Maintenon. El Buen Retiro, 23
de enero de 1713.
[51] Novísima Recopilación de las Leyes de España, Libro III, Título I,
Ley V.
[52] Baudrillart, I, p. 87.
[53] Citado por L. Taxonera: Amores
de las reinas de España, p. 312.
[54] Citado por A. Danvila: Las
luchas fratricidas, p. 121.
[55] Madame de Maintenon : Lettres a Madame des Ursins, p. 183.
[56] Madame de Maintenon : Lettres a Madame des Ursins, p. 221.
[57] Baudrillart, I, p. 87.
[58] Baudrillart, I, p. 99.
[60] Baudrillart, I, p. 375.
[62] Émile Bourgeois, La diplomatie secrète au XVIII siècle. Ses débuts, París, 1909, 3
vols., vol. II, p. 121.
[63] Bourgeois, II, p. 135.
[65] Carta
de Madame de Maintenon a la Princesa de los Ursinos. Versalles 4 de febrero de
1714.
[66] Carta de la Princesa Palatina a la duquesa de Hannover. Versalles, 25
de febrero de 1714.
[67] Gazeta de Madrid, nº 8, 20
de febrero de 1714, p. 32.
[68] Enrique Junceda Avelló: Ginecología
y vida íntima de las reinas de España, tomo II. La Casa de Borbón, Madrid, 1992, p. 21.
[69] Carta de la Princesa Palatina a la duquesa de Hannover. Versalles, 11
de marzo de 1714.
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