Isabel de Farnesio: Una reina entre
tres mundos
María
de los Ángeles Pérez Samper
Universidad
de Barcelona
Princesa parmesana
Isabel de Farnesio, princesa de
Parma, nacida y educada en Italia, reina de España, que vivió en España, en Madrid,
La Granja de San Ildefonso, El Escorial, Aranjuez, Sevilla, Granada… durante medio siglo, y reinó en la Monarquía Española por más de
treinta años, miembro por matrimonio de la dinastía Borbón, estrechamente
ligada con Francia, de la que procedía su sustrato cultural y con la que
mantuvo complicadas relaciones de alianza y oposición.[1]
Por su padre
Elisabetta pertenecía a la vieja estirpe italiana de los Farnesio. Era Farnesio, cuya historia se remonta al siglo
XII, destacó en diversos momentos de la historia de Italia, gracias al inmenso
respaldo patrimonial y financiero de la familia, los Farnesio mantuvieron
durante dos siglos su dominio sobre los ducados, convirtiéndose en una de las
más importantes familias de Italia y entroncando con las casas reinantes en
Europa. A fines del siglo XVII el Duque Ranuccio II (1630-1694) presidió una
época de decadencia, en la que también hubieron compensaciones, como la
integración del territorio de los Landi en 1682 y algunas importantes
iniciativas artísticas, especialmente la radical transformación del viejo
castillo de los Sanseverino en Colorno, para convertirlo en una fastuosa
residencia estival, encargando el proyecto al importante arquitecto Fernando
Bibiena. Ranuccio se casó con Isabel de Este y tuvo varios hijos, Odoardo,
Francesco, Antonio y Elisabetta. El heredero era el mayor, Odoardo III, nacido
en 1665. El 3 de abril de 1690 Odoardo se casó con Dorotea Sofía de Neoburgo,
celebrándose la boda con grandes festejos, lo que supuso cargar a la población
con fuertes tributos en momentos económicos muy poco propicios. La pareja tuvo
dos hijos, un niño, muerto a los pocos meses, y una niña, Elisabetta. Pero el
matrimonio no duró mucho. Odoardo murió antes que su padre, el 5 de septiembre
de 1693.
Por
la muerte del hijo primogénito, Odoardo, en 1693, la herencia de Ranuccio pasó a un hermano
menor Francesco Maria (1678-1727) que se casaría con la viuda de su hermano,
Dorotea Sofía. Francesco y Dorotea gobernaron los ducados de Parma y Piacenza
con notable acierto durante las primeras décadas del siglo, años difíciles,
llenos de problemas. Francisco fue un verdadero padre para la pequeña Isabel.
La sucesión pasó después al siguiente hijo de Ranuccio, Antonio. Pero ambos,
Francisco y Antonio morirían sin hijos varones y con ellos acabaría el linaje
Farnesio.[2]
Los derechos a la herencia farnesiana pasarían así finalmente a Isabel.
Estaban
también en juego otras herencias, pues la historia de los Farnesio se hallaba
entrecruzada con la de otras grandes familias italianas. Especial relación
tenían los Farnesio con los Médicis, duques soberanos de Toscana, señores de
las artes, la política y la economía. De su bisabuela Margarita de Médicis
procedían los derechos de Elisabetta a la herencia florentina. Los Médicis, un
linaje brillante en los pasados siglos, se hallaban entonces ya en plena
decadencia.
Por
su madre, Elisabetta Farnese tenía sangre germánica. Era hija de Dorotea Sofía
de Neoburgo y nieta de Felipe Guillermo de Neoburgo, elector palatino del Rhin,
duque de Neoburgo, y de su mujer, la duquesa Isabel Amalia de Hesse Darmstadt.
Sus bisabuelos maternos fueron por una parte Wolfgang Guillermo y Magdalena,
duques de Baviera, y por otra parte Jorge II, Landgrave de Hesse Darmstadt, y
Sofía Leonor de Sajonia. La Casa de Neoburgo era soberana de los dos
Palatinados, el superior y el inferior.
Los
Neoburgo eran una familia de tan gran dignidad como probada fecundidad, pues el
elector había tenido veinticuatro hijos, de los que superaron la infancia
catorce. La Casa Palatina pudo así disponer de sucesión masculina en la persona
de Juan Guillermo, y proporcionar, además, princesas a varios países europeos,
Mariana se casó con Carlos II y fue Reina de España, Leonor Magdalena se casó
con Leopoldo I y fue Emperatriz de Alemania, Sofía fue la segunda esposa de
Pedro II de Braganza y Reina de Portugal, Dorotea se casó primero con Odoardo
Farnesio y después con Francesco María Farnesio y fue gran duquesa de Parma, y Eduvigis fue princesa
real de Polonia. A pesar de la gran fecundidad familiar la Duquesa Dorotea no
logró más que una hija, Isabel. A través de su madre, Isabel estaba emparentada
con varias de las principales casas reinantes en Europa.
Perteneciente
a linajes europeos de gran prestigio, la cuna de Elisabetta estuvo en Italia,
circunstancia que la marcaría profundamente. El escenario de sus primeros años
fue un pequeño mundo, reducido y limitado, aunque lleno de bellezas naturales y
artísticas. Sus primeros paisajes y escenarios fueron los ducados farnesianos, Parma
y Piacenza, en Parma el gran palacio de la “Pilotta” y la hermosa villa estival
de Colorno, distante nueve millas de la ciudad, con su gran jardín, lleno de
naranjos, con perfectas simetrías y amenas avenidas, bellamente decorado por
pérgolas, fuentes y esculturas, también el palacio de Piacenza. Era un pequeño
mundo en el corazón de Italia, colmado de historia y de sabiduría política.
Su
infancia y adolescencia transcurrió en el gran palacio “della Pilotta”, junto
al río Parma, que atraviesa la ciudad. Creció en un ambiente relativamente
sencillo, lejos del lujo y el boato de las grandes cortes europeas, en un
ambiente de bastante libertad, pues no había de someterse a las severas
etiquetas palaciegas que regían en Madrid, Viena o Versalles, pero siempre bajo
la cariñosa vigilancia de su madre. Como todas las niñas de su edad aprendió a
leer y escribir, a coser y bordar, y a rezar. Como princesa recibió una buena
educación, aprendiendo las materias habituales, filosofía, geografía, historia,
con especial dedicación a las lenguas, pues recibió instrucción en lenguas
clásicas, en latín, lengua de la cultura, y modernas, pues además de su toscano
natal, aprendió el alemán materno, el francés, que era la lengua del poder en
aquellos tiempos, y también el español, que seguía siendo muy importante, sobre
todo en Italia. Gran atención se prestó también en educarla en las artes, en la
música, la danza y la pintura. Su maestro de dibujo fue el pintor Pier Luigi
Avanzini. Además tenía un gran tesoro artístico ante sus ojos, que le ayudaría
a ampliar y refinar su gusto artístico. Aprendió también a tocar la clave y era
muy aficionada a la música, especialmente a la ópera. Tenía muy buenos modales
y su conversación era agradable y seductora. Su vitalidad la inclinaba al
ejercicio físico, convirtiéndola en una magnífica bailarina, en una espléndida
amazona y en una ágil caminante. Bailar y montar a caballo eran habilidades
imprescindibles para la vida cortesana. La mayoría de los testimonios coinciden
en afirmar que desde pequeña manifestó una gran personalidad, perspicaz e
intuitiva, muy vital y llena de energía, de firme voluntad y con mucha
capacidad de decisión. No es de extrañar, pues, que lograra superar con
facilidad y rapidez los estrechos límites de su Parma natal y asumir el alto
destino que le estaba preparado.
Entre Italia y
España
La
llegada de Isabel de Farnesio a España supuso la intensificación de la
presencia italiana en la Monarquía Española. Felipe V no se resignaba a la
pérdida de Italia en la guerra de Sucesión, ratificada en el Tratado de Utrech
de 1714. La relación de España con Italia venía de siglos y eran infinitos los
lazos económicos, sociales, familiares, culturales, artísticos, religiosos.
Aunque se hubiera roto la vinculación política, existía la voluntad de mantener
las relaciones existentes y se trataba de buscar la manera de regresar a
Italia. La boda de Felipe V con Isabel Farnesio, heredera de Farnesios y
Medicis, era un buen recurso para la estrategia fundamental de la vuelta a Italia.
Sus derechos podían ser utilizados en el tablero internacional, con la
finalidad de recuperar los territorios perdidos. Isabel será desde el principio
el símbolo de Italia en España, mucho más cuando la llegada de los hijos
llevará a la reina a aplicarse a la búsqueda de una herencia soberana para
ellos, aprovechando sus derechos a Parma y Toscana y fomentando la intervención
española en las sucesivas guerras europeas para obtener tronos italianos, como
así acabaría sucediendo al lograr colocar a su hijo primogénito Carlos en el
reino de Nápoles y Sicilia y a su hijo segundo Felipe en el ducado de Parma.
Isabel
actuará siempre como puente entre Italia y España. Existen incontables ejemplos
políticos, no sólo por el protagonismo de la reina en la estrategia de regreso
a Italia, sino también en la protección que dispensó a los italianos en la
corte española, comenzando por el abate Alberoni, al que debía en gran medida
su posición, pues fue figura clave en su elección como esposa del rey, y al que
mantuvo políticamente durante los primeros años del reinado.
Igualmente
importante fue la influencia cultural y artística. Desde el matrimonio de
Felipe V con Isabel Farnesio, igual que sucedió en el ámbito político, militar
y diplomático con numerosos personajes, el escenario artístico español, por
influencia más o menos directa de la reina, se iría poblando progresivamente de
grandes artistas italianos, los arquitectos Filippo Juvara y Giovanni Battista
Sachetti, los pintores Andrea Procaccini y Francesco Pavona, el escenógrafo
Giuseppe Bibbiena, el poeta Ottavio Baiardi, músicos como Paolo Antonio Foresi,
Domenico Scarlatti, Carlo Broschi, conocido como Farinelli.
Muy
significativo es el ejemplo del palacio de La Granja de San Ildefonso, obra muy
personal de Felipe e Isabel. Concebido primero como modesto lugar de retiro, el
conjunto acabó por ampliarse, convirtiéndose en un palacio más italianizante
que afrancesado. Inspirado en la nostalgia de Versalles y de Marly, los
palacios en que Felipe había nacido y donde habían transcurrido los primeros
años de su vida hasta recibir la herencia española, al conjunto no le faltó la
contribución de Isabel Farnesio, que quiso también proyectar sus propios
recuerdos infantiles del precioso palacio parmesano de Colorno y especialmente
de sus jardines. El 3 de octubre de ese año 1721, Isabel, en una de sus cartas,
le hablaba a su madre de “una casa que
el Rey ha mandado construir, y un jardín, que si no será tan bello como el de
Colorno, al menos para este país será pasable...”[3]
Desde
el principio el diseño del jardín debió mucho al modelo de Colorno. El 18 de
septiembre de 1722 en otra de las cartas a su madre, la Reina escribía: “Os doy
infinitas gracias por la descripción que me hacéis del jardín de Colorno, pero
como hace tiempo que falto de ese lugar, y han añadido algunas cosas, no he
entendido bien el conjunto, por el resto creo que será mucho más bonito que el
nuestro, aunque no fuese más que por las estatuas antiguas, pues nosotros no
tenemos, aquél es todo llano y el nuestro es de tres alturas, es cierto que se
ha hecho cuanto se ha podido, para ser un pueblo de montaña. Lo que hay de
bueno es agua en cantidad, y en esta materia se puede hacer todo lo que se
quiera.”[4]
Para
las obras de San Ildefonso Felipe e Isabel buscaron el consejo y asesoramiento
de artistas de su confianza. Entre ellos algunos gozaron de especial favor por
parte de la Reina, como fue el caso de Andrea Procaccini. Era un prestigioso
artista romano, que ocupaba el cargo de director de la Fábrica de Tapices del
Vaticano. Llamado a España por los reyes, llegó a Madrid en 1720 y fue nombrado
pintor de cámara, encargándole de la dirección de la nueva fábrica de tapices,
en la que la reina se hallaba muy interesada, hasta el punto de que se hicieron
varios tapices sobre dibujos de su mano, como el que representa a Santa Cecilia tocando el violín. Pronto
comenzó a ser consultado sobre las obras de San Ildefonso.
Al
proyectar los jardines, Isabel deseaba conseguir un buen conjunto de estatuas
antiguas para decorarlos espléndidamente. Buscando en Italia, se enteró de que
se hallaba en venta la colección de la reina Cristina de Suecia, de la que
tenía magníficas referencias ya desde tiempos de su abuelo Ranuccio en Parma.
Sus consejeros artísticos, especialmente Procaccini, avalaban el interés de la
adquisición, pero el propio gusto artístico de los reyes era suficiente para
apreciarlas adecuadamente. Como escribía Procaccini, las estatuas “habían de
ser bellísimas, porque SS.MM. las saben conocer por sí mismos.”[5]
Empeñada la reina en adquirir la colección, con el fin de poder pagar el alto
precio que se solicitaba, hubo de convencer a su esposo para que aportara la
mitad. La compra fue gestionada por el cardenal Acquaviva, que apoyó
eficazmente los trámites para obtener el permiso del Papa Benedicto XIII. La
constancia de la reina se vio finalmente satisfecha cuando en 1725 las
espléndidas estatuas llegaron al puerto de Alicante.[6]
También
se preocupaba la Reina de la decoración del interior del palacio. El marqués
Annibale Scotti, que sería durante muchos años fiel servidor y consejero de la
Reina y cuya influencia aumentó tras la caída de Alberoni, sería el encargado
de ayudar a la soberana en su tarea. El rey contribuiría con la colección de
Carlo Maratti[7],
adquirida por consejo de su discípulo Procaccini, y con numerosos muebles y
objetos procedentes de la herencia de su padre, el Delfín de Francia.
Para
las obras interiores del palacio importante la colaboración de Andrea
Procaccini. Se le encargó la decoración del Cuarto Bajo. Estas tres piezas de
la planta baja, situadas de cara a la cascada, eran los espacios donde pensaban
instalarse los reyes. Procaccini logró interpretar acertadamente el proyecto de
la reina, consistente en tapizar las paredes de diversos mármoles y pinturas,
en torno de una fuente interior, y decorar los techos con pinturas alegóricas.
Para ayudarlo llamó a dos de sus discípulos, Sempronio Subisati y Domenico
Maria Sani, que también lograron el favor de la soberana.
Las
obras avanzaban a buen ritmo. El 13 de agosto de 1723 Isabel escribía a su
madre: “... después regresaremos a La Granja, donde vamos después de comer a
observar los trabajos que se hacen, que ya están muy adelantados, y creo que si
los viese le gustarían, porque es un jardín del todo diferente a los demás. La
casa ya está toda amueblada, no es bonita pero resulta cómoda y está bastante
bien ajustada y, entre otras, hay una habitación con las paredes de diferentes
mármoles de aquí, que le aseguro que son bellísimos, y con pinturas en la parte
de la pared que no tiene mármol y en la bóveda, y habrá una fuente y el suelo
también de mármol, hecho de nueva invención y me aseguran que actualmente no
existe en ninguna parte una igual; fue una fantasía mía y Procaccini me hizo el
dibujo, y me gustó, y así se hará, y todos los que la ven la alaban mucho.”[8]
Felipe
V estaba obsesionado con su abdicación y deseaba disponer del lugar como
residencia cuanto antes, por lo cual los trabajos adelantaron rápidamente. Para
la realización de los jardines, Isabel, que añoraba Colorno, demandaba
referencias a la Duquesa Dorotea, a la vez que le enviaba noticias del nuevo
palacio que estaban construyendo. El 21 de agosto escribía: “Estaré esperando
con impaciencia los dibujos de Colorno, y haré hacer el plano de La Granja,
pero el dibujo no podrá ser tan cumplido, porque los árboles son aun pequeños
como “le carpanelle”, pero intentaré que se haga lo mejor que se pueda.”[9]
Los reyes se instalaron en septiembre, cuando ya estaba casi todo terminado.
Importantísima
fue años después la construcción del nuevo palacio real de Madrid. La
destrucción del Alcázar madrileño, el palacio de los Austrias, la Nochebuena de
1734, dio una espléndida oportunidad para el afán constructor de Felipe V y de
Isabel Farnesio. El nuevo palacio sería una imagen nueva de la Monarquía
Española, digna de su recuperada grandeza y de la modernidad del siglo de la
razón y de las luces. Debía ser el símbolo del poderío y esplendor de la
dinastía borbónica. Los monarcas habían adquirido experiencia y habían definido
sus gustos artísticos. Como buen Borbón Felipe seguía teniendo en su memoria el
recuerdo del esplendor de Versalles, pero Isabel Farnesio quería ser fiel a sus
raíces italianas y eligió arquitectos italianos.
El
palacio comenzó a proyectarse inmediatamente, en 1735, por uno de los
arquitectos más importantes de la época, heredero de la gran tradición de
Bernini y Fontana, Filippo Juvara. Nacido en Messina, su gran oportunidad llegó
en 1714 cuando entró al servicio de Vittorio Amedeo II de Saboya, lo que le
convirtió muy pronto en un arquitecto de fama internacional, constructor de
importantes palacios, entre los que destacaba el palacio Madama de Turín.
Trabajó también en otros países, Portugal, Inglaterra, Francia. Y en 1735 fue
llamado a Madrid por los reyes españoles, para edificar el nuevo palacio real.
Pero la temprana muerte de Juvara, el 31 de enero de 1736, impidió que pudiera
llevar a cabo su realización y el
proyecto fue replanteado y ejecutado por su discípulo piamontés Giovanni
Battista Sachetti. La elección de Sachetti se debió personalmente a Isabel, que
deseaba se mantuviera la máxima fidelidad a los proyectos de Juvara: “La Reina
desea que se ejecute el palacio conforme al designio que dejó casi acabado don
Filippo.”[10]
El
nuevo palacio de los Borbones españoles será heredero de grandes tradiciones.
Las influencias serán múltiples, la francesa del Versalles de Luis XIV, la del
Louvre de Bernini en París, la italiana de los múltiples palacios romanos, venecianos,
parmesanos, y especialmente turineses, también en ciertos aspectos la tradición
española, la del propio Alcázar y la del Escorial. El palacio real de Madrid
afirmó el triunfo del barroco internacional, y aunque teñido de reminiscencias
francesas, el carácter dominante procedía del arte italiano, especialmente del
modelo romano y de la obra de Bernini. Pero en el palacio real madrileño todas
estas influencias se fundirán para dar lugar a un palacio de enorme
personalidad, lleno de claridad y majestad.
Su
pasión por el arte abarcaba tiempos y estilos muy variados. La antigüedad
clásica le fascinaba, como demuestra su interés por la gran colección de
antigüedades que había pertenecido a la Reina Cristina de Suecia, comprada por
los Reyes en Roma en 1724, una decisión en que la reina tuvo especial
influencia. Los descubrimientos que continuamente se hacían en Italia de
vestigios de romanos atraían su interés y le gustaba mucho mantenerse bien
informada. Su hijo Carlos le regalaba los libros que se publicaban sobre las
excavaciones napolitanas de las ruinas romanas de Herculano y Pompeya. En una
carta a Tanucci escribe Don Carlos en octubre de 1762: “El otro ejemplar que me
has enviado del tercer tomo de Herculano se lo he dado a mi Madre.”[11]
Isabel
fue una gran coleccionista de arte. Como buena italiana la reina se inclinaba
preferentemente por artistas italianos y amplió en las colecciones reales la
presencia de grandes pintores barrocos italianos, como Lucas Jordán, de quien
Isabel adquirió diecinueve cuadros, Solimena, del que poseía diez pinturas, y
Nani, del que figuraban en su colección veinticuatro. Gracias a la reina estos
pintores fueron mucho más apreciados en España. En su colección estaba también
muy bien representado Tintoretto, del que reunió varios cuadros importantes, Esther ante Asuero, Moisés sacado del Nilo, Visita
de la reina de Saba a Salomón, José y
la mujer de Putifar, Susana y los
viejos y El arzobispo Pedro.
Adquirió, además, muchos otros cuadros como El
paraíso terrenal de Jacopo Bassano, La
Virgen, el Niño y San Juan, del Corregio, Lucrecia, de Guido Reni, La
Virgen, el Niño, San Juan y dos ángeles, de Andrea del Sarto, La Virgen y San José adorando al Niño,
de Gian Francsco Maineri da Parma, La
Flagelación, atribuido a un discípulo de Miguel Angel, y algunas obras
anónimas, el Retrato de un joven
violinista o El tañedor de viola, entonces atribuida al Bronzino, y Los desposorios místicos de Santa Catalina,
atribuido a Palma el Joven.[12]
Mecenas de la
música italiana en España
De
enorme trascendencia fue el mecenazgo musical de la reina. La llegada de Isabel
Farnesio a la corte española aumentó y depuró la afición real a la música y la
ópera, pues era una gran melómana, muy amante de la música italiana, ella misma
había estudiado música y era una intérprete más que aceptable de clave. Por
voluntad de la reina, deseosa de contar en Madrid con una compañía estable de
ópera italiana, la compañía de los Trufaldines renació en 1715. Para conseguir
su objetivo Isabel contó con la ayuda de Alberoni y de su amigo el conde Rocca,
que se dedicaron a contratar actores, que pasaban unos años al servicio de los
reyes españoles y eran después sustituidos por otros, con el fin de asegurar la
continuidad de espectáculos, contribuyendo así a difundir en la corte y entre
la sociedad española la afición por la música y especialmente por el “bel
canto”. Los Trufaldines acabarían extinguiéndose como compañía estable y habría
que esperar varios años, hasta la llegada de Farinelli en 1737, para que
resucitara la ópera, ya no una ópera bufa sino una ópera seria.
Durante
sus años de privanza con los reyes, Alberoni, que se encargaba de todo, se
ocupaba también de la ópera, tanto en palacio como fuera de él, desde su cargo
de juez protector de compañías de “cómicos” italianos y responsable de
espectáculos teatrales. Tras su caída en desgracia Isabel Farnesio confió el
papel de promotor musical a uno de sus amigos, Annibale Scotti di Castelboco,
marqués de Scotti. Por un decreto de 25 de diciembre de ese año se le
encomendaba la dirección del teatro de los Caños del Peral.
En
la corte se desarrollaba una actividad musical muy variada, sobre todo centrada
en la música religiosa y la música de cámara. Pero la música intervenía también
de forma importante en los grandes espectáculos para fiestas y celebraciones.
La ópera se convirtió entonces en uno de los principales entretenimientos de la
Corte. El panorama musical era muy cosmopolita, con especial presencia de
franceses e italianos, como sucedía en las otras artes. Las preferencias de
Isabel iban decididamente hacia la música italiana. A los músicos de diversas
nacionalidades, sobre todo franceses, italianos y españoles, que tocaban para
los reyes se uniría a partir de 1729 otro italiano, Domenico Scarlatti, que llegó
a la corte española desde la portuguesa, en el séquito de la princesa Bárbara
de Braganza, también una gran melómana. Scarlatti, gran compositor y espléndido
concertista de clave, tuvo una gran influencia en la música española de la
época.
A
Madrid llegaba la música extranjera por múltiples vías. Don Carlos, siendo rey
de Nápoles, enviaba a su madre las partituras y los libretos de las óperas que
se iban estrenando en el antiguo teatro de San Bartolomé y, a partir de 1737,
en el nuevo teatro real de San Carlos, construido por orden suya, a pesar de no
ser demasiado aficionado a la ópera.[13]
Aunque no compartiera el gusto de sus padres por el “bel canto”, Don Carlos se
preocupaba mucho de complacer a su madre y sabía que la música era una de sus
grandes pasiones. Continuamente tenía detalles con ella, así en diciembre de
1737 le envió como regalo los seis tomos de la reciente edición de las óperas
de Metastasio.[14]
En la correspondencia de la Reina con sus familiares o con sus amigos se
repiten los comentarios sobre música y sobre ópera. La duquesa de Saint Pierre
en sus cartas desde París en los años treinta le acostumbraba a dar muchas
noticias sobre los espectáculos musicales de la capital francesa y lo mismo
hará su hija María Antonia cuando le escriba desde Turín, a partir de su boda
en 1750.
Isabel
Farnesio, enormemente preocupada por el progresivo deterioro de la salud del
rey, pensó en la conveniencia de buscar un músico genial que pudiera arrancarle
de su apatía y se fijó en el mejor cantante de aquel tiempo, entonces en la
cumbre de su carrera, Carlo Broschi, conocido artísticamente como Farinelli o
Farinello. Nacido en el reino de Nápoles, en Andría, en 1705, era un cantante
castrado que había hecho una brillante carrera musical, relacionándose con importantes
personajes, pues había sido alumno de Porpora y era gran amigo de Metastasio.
Muy pronto triunfó en los teatros de ópera de toda Europa. Grandes capitales
musicales, como Nápoles, Bolonia, Viena, Londres, fueron escenarios de sus
éxitos. Desde 1734 actuaba en la capital británica para la “Opera of the
Nobility”, con enorme aceptación por parte del público, convertido en un
verdadero mito del “bel canto”.[15]
La
reina Isabel, con la esperanza de que su hermosa voz lograra revivir a Felipe
V, le mandó llamar, a través de Sir Thomas Fitzgerald, conocido como Tomás
Geraldino, entonces secretario de la Embajada de España en Londres. Como
consecuencia de estas gestiones, en el verano de 1737 Farinelli emprendió el
viaje a España, con la idea de regresar pronto a la capital británica, donde
tenía ya varios compromisos para la siguiente temporada. Camino de Madrid, pasó
por París, aprovechando la ocasión para dar varios recitales, uno de ellos, el
9 de julio, en Versalles, ante Luis XV y su corte.
Ya
en España, el cantante fue a encontrar a los reyes al palacio de La Granja,
donde entonces se hallaban, y el milagro que Isabel deseaba se produjo. El rey
le oyó cantar y quedó prendado de su voz sublime. Ya no quiso separase de él
nunca más. Su situación en la Corte española quedó establecida por su
nombramiento el 25 de agosto de 1737 como “Músico de cámara de SS.MM., dejando
de cantar en los teatros públicos”. Y el 30 de agosto de 1737 se le otorgaba el
título de criado familiar, dependiente exclusivamente de los soberanos. Se le
fijaba una paga anual de 135.000 reales de vellón, una cantidad enorme para la
época, y se le concedía alojamiento en palacio y uso de coche y tiros de la
real caballería. Otros miembros de la familia real le hicieron importantes regalos,
los Príncipes de Asturias le obsequiaron con valiosas joyas y los Infantes
Felipe y Luis le hicieron donación de la cantidad de 800 doblones. A través del
cuerpo diplomático los reyes dieron explicaciones en Londres del súbito cambio
de planes, pues Farinelli ya no volvería a Inglaterra. No saldría de España
hasta muchos años después, en 1759, tras la muerte de Fernando VI.
En
España Farinelli no actuó nunca en público, su arte se reservaba únicamente
para la familia real, a la que acompañaba tanto en Madrid como en sus jornadas
por los Sitios Reales. Daba recitales cada día ante los soberanos. Farinelli no
era sólo un cantante genial, sino que era un gran organizador de espectáculos y
una persona muy inteligente, culta y amable, lo que le convertía en una
compañía agradable y de toda confianza, motivos añadidos por los cuales se
ganaría la amistad de la familia real. Su jornada comenzaba a medianoche,
cuando el rey tras el “almuerzo”, le llamaba a su cuarto para escucharle
cantar, acompañado generalmente por el trío de cuerda favorito del rey,
compuesto por Domingo Porreti, Gabriel Terri y Domingo Ciani. La “diversión de
oír a Farinelli” como se decía en palacio, duraba hasta el amanecer.
Durante
el resto de la vida de Felipe V, la música de palacio sería fundamentalmente el
canto cotidiano de Farinelli, cientos de arias y sonatas de Pergolesi, Leo,
Hasse, Scarlatti, pues aunque el rey tenía algunas piezas favoritas que
solicitaba con frecuencia, el repertorio era muy amplio. Pero no era sólo eso.
Farinelli se encargó también de organizar el llamado “teatro doméstico”, que
distraía muchas tardes a la familia real y que adquiría especial protagonismo
en las fiestas de la corte.
Unos
meses después, tras la llegada de Farinelli, para el 19 de diciembre del mismo
año 1737, con motivo del cumpleaños de Felipe V, que cumplía cuarenta y cuatro
años, se organizó en Madrid un espectáculo de mayor ambición, que costaría
cientos de miles de reales. Giacomo Bonavia fue el encargado de construir en el
Casón del Buen Retiro un magnífico escenario. Farinelli, además de ocuparse de
la música, fue el responsable del vestuario por orden expresa de la Reina, que
quería lo mejor de lo mejor para la ocasión. Las telas más lujosas se habían
encargado a Venecia y Milán con siete meses de antelación y los vestidos fueron
adornados con miles de brillantes auténticos, con lo que el efecto fue
fantástico. La puesta en escena fue igualmente imaginativa y barroca. La
orquesta se componía de diecinueve músicos y dos coros y los cantantes solistas
fueron los cuatro Infantes. La obra elegida, una serenata escénica, se titulaba
Ceder honor por honor, nunca deslustra el
valor.[16]
Aunque
Farinelli sólo cantaba ante la familia real, su influencia no se redujo a la
corte. Muy pronto comenzó también a ocuparse de espectáculos musicales fuera de
palacio y lo hizo de manera muy acertada.[17]
La presencia del famoso cantante se dejaría notar en la evolución de los gustos
musicales hacia la ópera seria, hacia los espectáculos de contenidos heroicos,
entonces de moda en los escenarios europeos, codificados y adaptados al estilo
cortesano, de acuerdo con los principios teóricos y estéticos del gran
Metastasio. A partir de entonces la afición por el drama musical empezaría a
tomar carta de naturaleza entre la sociedad española.[18]
La
influencia de Farinelli animó a la familia real y repercutió en Scotti, que
emprendió las obras de ampliación y modernización del pequeño teatro público de
los Caños de Peral, en las que intervino Vigilio Rabaglio un joven arquitecto
que Scotti trajo de Italia. El teatro renovado, que mereció los elogios de
Farinelli, se inauguró el 16 de febrero de 1738, domingo de Carnaval, con una
obra de Metastasio, titulada Demetrio.
Para actuar en esta nueva temporada lírica madrileña vino de Italia una
compañía de actores entre los que destacaba el tenor boloñés Annibale Pio
Fabri, “Annibalino”, cantante de fama internacional, que había sido descubierto
por Vivaldi. Varios miembros del grupo, el bajo Tommaso Garofalini, las
sopranos Santa Marchesini y Elisabetta Uttini, entraron al servicio de los
reyes, contratados por Farinelli. La programación operística de los Caños del
Peral obtuvo gran éxito y buenos beneficios, pero una serie de disputas entre
cantantes, músicos y arrendadores hizo fracasar el proyecto y provocó el cierre
del teatro a fines de 1739. Pero la pasión por el teatro musical se había
desatado en la corte y por las mismas fechas se iniciaron algunos trabajos de
remodelación del Coliseo del Buen Retiro, para disponer del escenario adecuado
a los grandes proyectos operísticos que se estaban preparando. Como el teatro
de los Caños del Peral continuaría cerrado por muchos años el Real Coliseo del
Buen Retiro se convertiría en el único teatro musical de Madrid.[19]
La
reina tenía tanto interés por la música que se ocupaba directamente de todo lo
relacionado con ella, supervisando hasta el detalle. Los festejos de
matrimonios reales eran ocasiones especiales para estrenos musicales. Un caso
significativo fue la preparación de la ópera Alexandro en las Indias, de Metastasio, con música de Francisco
Courcelle -o Corselli-, con motivo de la boda en Nápoles de Don Carlos con
María Amalia de Sajonia en 1737. En 1739
la boda del Infante don Felipe con la hija de Luis XV, la princesa Luisa Isabel,
fue la oportunidad idónea para exaltar el género lírico en la corte española,
con varios espectáculos musicales de gran calidad, todo organizado por
Farinelli, bajo la dirección de la Reina. El día 29 en el Salón de Reinos, en
un escenario levantado para el espectáculo, se representó con asistencia de la
familia real al completo la serenata titulada Los dioses vencidos, con música del Barón de Astorga, un
prestigioso compositor siciliano, amigo de Scarlatti. Cantaron Anibal Pio
Fabri, Ana Peruzzi, llamada “la Peruchiera”, Gaetano Maiorano Caffarello y
Lucía Fachinelli, todos ellos artistas muy famosos. Y el 4 de noviembre, para
culminar los festejos de la boda, tuvo lugar el mayor acontecimiento musical,
el estreno en el Coliseo del Buen Retiro de la ópera Farnace, con música de Francisco Courcelle, maestro de la real
cámara de Felipe V, y decorados de Bonavia. No se regatearon ni esfuerzos ni
dineros para el esplendor de la celebración. Para estas fiestas musicales,
además de los cantantes de la corte, se hizo venir de Italia un conjunto de
cantantes de primera línea, contratados por consejo de Farinelli, como el
célebre “castrato” Gaetano Majorano, llamado “Caffarelli”, compañero de
estudios de Farinelli en Bolonia, y su sustituto en Londres, cuando éste se
quedó en España. Con “Caffarelli” triunfó también la soprano Vittoria Tesi.
Para reforzar la orquesta, se trajo de Nápoles a un famoso violinista parmesano
Mauro Alai, que en 1714 había venido a España acompañando a Isabel Farnesio.
Agradó tanto a los reyes que le pagaron doscientos doblones, añadiendo varios
regalos, relojes y cajas de oro, más un contrato para quedarse a su servicio,
cosa que haría hasta 1747, como músico de cámara, con un espléndido sueldo. Farnace tuvo tal éxito que se repuso
varias veces. Otra de las grandes ocasiones para el lucimiento del “bel canto”
se produciría con motivo de las fiestas de la boda de la infanta María Teresa
con el Delfín de Francia. El 8 de diciembre de 1744 para festejar la ceremonia
de petición de mano de la Infanta, se estrenó en el Real coliseo el drama de
Metastasio Achille in Sciro, con
música de Courcelle interpretada por una gran orquesta y decorados de Bonavia.
En este caso Farinelli, que fue el responsable del montaje de la obra, sólo
quiso contar con los cantantes que se hallaban habitualmente al servicio de los
reyes, como las sopranos Anna Peruzzi y Elisabetta Uttini, cantantes que eran
todos de origen italiano.[20]
Las
relaciones familiares incrementaron todavía más la influencia italiana. La más
pequeña de las hijas de la reina, María Antonia, gracias a su matrimonio en
1750 con Vittorio Amedeo, heredero de la Casa de Saboya, consiguió un trono.
Iba a ser reina y lo iba a ser en un país de la querida Italia, lo que llenaba
de orgullo y satisfacción a Isabel. Madre e hija nunca volverían a verse, pero
una cariñosa correspondencia las uniría, semana tras semana, hasta el final de
la vida de la madre. Eran cartas sencillas, íntimas y afectuosas. El tema
principal de la correspondencia eran las pequeñas noticias familiares, pero
también había referencias culturales, especialmente musicales.[21]
Entre España y
Francia
Italia
marcaría toda la vida de la Reina, pero su trayectoria sería mucho más rica. Princesa parmesana, en 1714 se convirtió en
reina de la Monarquía Española y en España viviría muchos años, hasta su muerte
en 1766. Fue española tanto o más que italiana. A su llegada a España Isabel de
Farnesio se encontró con un panorama complejo en que a lo español se sumaba lo
francés. El advenimiento al trono de España de Felipe V, príncipe Borbón, nieto
de Luis XIV, nacido y educado en Versalles, representó el rápido e intenso
afrancesamiento de la Corona y del gobierno, de la cultura y de las artes, y la
paulatina transformación de la sociedad y las costumbres. La cultura francesa
triunfaba en Europa y la corte de Versalles constituía el modelo de las cortes
europeas, mucho más en la corte española, tras la introducción de la dinastía
borbónica. Felipe V era símbolo de lo
francés en España. Isabel lo sería de Italia.
Isabel
mantuvo con Francia y con todo lo francés una complicada relación. Valoraba la
cultura francesa, pero la rivalidad política y diplomática que muchas veces
mantuvo con Francia la llevaba a resistirse y a tratar de equilibrar la fuerte
inclinación que Felipe V sentía hacia su país de origen. La Reina, a pesar de
sus recelos hacia la política gala y los numerosos conflictos existentes con el
país vecino, sentía gran atracción por
la moda francesa. Compraba en Francia obras de arte, pero sobre todo libros,
joyas, cajitas, telas, vestidos. El vestido a la francesa se impuso en la corte
española y la reina buscaba las telas más lujosas y los encajes y bordados más
preciosos, así como los sastres y modistas más célebres para confeccionar el
vestuario de la familia real.[22]
En la correspondencia de la Reina con su amiga la Duquesa de Saint Pierre
existen diversas referencias a las modas francesas en vestidos y peinados y a
las compras realizadas por encargo de la Reina, como adquirir “una de las más
bellas telas de seda que hay en París”, “el fondo es de color amarillo paja,
con flores matizadas que hacen como un bordado.”[23]
La
boda del Infante Don Felipe con la princesa Luisa Isabel de Francia, a la que
llamaban familiarmente Babet, la hija primogénita de Luis XV y de María
Lesczinska, celebrada en 1739, estrechó
mucho más los lazos de Isabel con la corte francesa.[24]
Los años que pasaron juntas suegra y nuera en la corte española sirvieron para
establecer una gran unión entre ellas y, a través de esta buena relación entre
ambas damas, aumentó la influencia francesa en la corte española. Años después,
en 1744, la boda de su hija María Teresa con el príncipe Luis, Delfín de
Francia, destinado a ocupar un día el trono de la monarquía francesa, estrecharía
todavía más los lazos en el seno de la Casa de Borbón. Este matrimonio de la
Infanta María Teresa con Don Luis representaba la consolidación de los vínculos
familiares entre las dos ramas de la dinastía y el afianzamiento de la alianza
con Francia, el pacto de familia. Para Isabel Farnesio esta boda era especial
objeto de orgullo, pues significaba colocar en el futuro a una de sus hijas en
el trono de Francia. Lo que no había sido posible en el caso de Maria Ana
Victoria iba a hacerse realidad con María Teresa. Cientos de cartas entre madre
e hija testifican la interesante relación familiar, política y cultural. Sin
embargo, la temprana muerte de la Delfina truncaría esa vía de comunicación y
de transferencia de influencias.
La
reina Isabel Farnesio, al vivir y reinar en España, sin olvidar nunca lo
italiano y sin prescindir tampoco de lo francés que tanto amaba su esposo, se
dedicó también a descubrir lo español. Especial atención puso en la pintura
española, sin duda el arte por excelencia de la tradición hispánica. Entre los
grandes pintores españoles del XVII la Reina sentía especial admiración por
Murillo, al que descubrió durante su estancia en Sevilla.[25]
La sensibilidad y delicadeza de su pintura se hallaban en perfecta sintonía con
el gusto de Doña Isabel, amante de los retratos de niños y de las escenas
familiares y costumbristas. Aprovechando la ocasión que le proporcionaba su
estancia en tierras andaluzas, adquirió con su propio dinero muchas de sus
obras para incorporarlas a su colección particular. A las colecciones reales se
incorporaron muchas obras religiosas, entre ellas cuadros de niños, como El Buen Pastor y Los niños de la concha, y diversas
representaciones de la Virgen, entre ellas La
Anunciación, Santa Ana enseñando a
leer a la Virgen, La aparición de la
Virgen a San Bernardo y varias
Inmaculadas [26].
Había también un Cristo en la Cruz,
escenas bíblicas como la de Rebeca y
Eliecer, cuadros de santos, como San
Jerónimo, y La imposición de la
casulla a San Ildefonso y de clérigos como El retrato del padre Cavanillas. Más difícil le resultó a Doña
Isabel conseguir escenas de costumbres, pues casi no existían entonces
disponibles, pero alguna logró para su colección, como La gallega de la moneda. Estos cuadros de Murillo la acompañarían siempre,
primero en La Granja y después en Madrid. Este interés por el pintor, que se le
había despertado en sus años de estancia en Andalucía, le duró toda su vida. Al
morir en 1744 el cardenal de Molina, presidente del Consejo de Castilla, la
reina Isabel compró en su testamentaría varias obras más de Murillo, entre
ellas La Sagrada Familia del Pajarito,
que se convirtió en su cuadro favorito, del que no se separaba nunca.
La
colección de la Reina respondía a criterios amplios, a la hora de elegir
manifestaba preferencia no sólo por determinados pintores como Murillo, sino
también por ciertos tipos de temas, especialmente representaciones familiares e
infantiles, los cuadros costumbristas y algunas escenas galantes.[27]
Hizo muchas compras, como las realizadas a Florencio Kelly, su colección se
enriqueció con muchos regalos y alguna herencia importante, como la que le dejó
su tía, Mariana de Neoburgo, viuda de Carlos II. Cuando Mariana murió en
Guadalajara, en 1740, dejó a su sobrina Isabel como heredera universal de todos
sus bienes, de este modo pasaron a su poder una serie de joyas, más de ochenta
pinturas, entre las que destacaban varias de Lucas Jordán, unas cuantas
esculturas, como las de la escultora de cámara Luisa Roldán, enriqueciendo todo
ello la decoración de La Granja. Aparte de la espléndida colección de pintura,
merece la pena destacar la incorporación al patrimonio regio de los objetos
artísticos y las alhajas procedentes de la herencia del Delfín.
Gracias
a las adquisiciones de Doña Isabel, continuó y aún se incrementó la tradicional
afición de los Austrias por los pintores flamencos y holandeses, con algunos
pintores preferidos, especialmente Rubens y también Durero, Van Dyck y Teniers.
Isabel le confió a Scotti la compra en Holanda de una buena colección de
cuadros, pues el costumbrismo de las escuelas flamencas y holandesas era muy de
su gusto. La Reina sentía especial inclinación por los elegantes retratos de
Van Dyck y adquirió ocho cuadros del pintor, entre ellos, el autorretrato del
artista con Endymion Porter y el retrato de María Ruthwen, esposa del artista.
Mostraron también los reyes interés por Poussin, el gran pintor clásico francés
del siglo XVII, que desarrolló su carrera en Roma.
A
Isabel le complacía la belleza y para disfrutar con ella le gustaba rodearse de
hermosos objetos para su uso y contemplación. Siguiendo la moda del
coleccionismo imperante en el siglo XVIII, tenía como afición coleccionar
abanicos. Unos los compraba ella, otros muchos se los regalaban. El Conde de
Fuenclara, cuando era Embajador en Venecia, a fines de 1735 le envió doce
hermosos abanicos, primorosamente pintados por los mejores artistas romanos.[28]
A lo largo de los años reunió muchos y muy bellos. No sólo los usaba, también
disfrutaba cuidándolos y contemplándolos. Unos cuantos pintados por Batoni, que
se hallaban algo deteriorados por el uso, fueron enmarcados y pasaron a decorar
las paredes del gabinete que servía de peinador de la reina.
También
le gustaban las cajitas y tabaqueras, otros objetos de lujo muy de moda en la
época y que ella apreciaba especialmente porque le agradaba mucho el tabaco. En
la correspondencia de la Reina con su amiga la duquesa de Saint Pierre se hacen
múltiples referencias a las preciosas tabaqueras que la Duquesa enviaba desde
París, se menciona una de jaspe y otra de cornalina. El obsequioso Conde de
Fuenclara, hallándose en 1738 como embajador en Dresde para acordar la boda de
Don Carlos con María Amalia, envió a Doña Isabel seis cajitas de porcelana de
Sajonia y dos de amatista. El correo que portaba el regalo llevaba también una
carta del Conde en la que justificaba el obsequio “por saber que la Reina
nuestra Señora gusta de cajas de diferente género, y al mismo tiempo de
porcelana, me ha parecido poner a sus reales pies las seis de esta materia, con
dos de amatista, que van en la cajita.” El paquete llegó a Madrid el 27 de
abril y el 8 de mayo se contestó que la Reina agradecía y estimaba el delicado
presente.[29]
Isabel
tenía una gran afición a los libros y la lectura. Desde pequeña adquirió la
costumbre de pasar muchas horas entre libros, dedicada a leer. Esta afición le
duró toda la vida. Siendo ya Reina, la mayor parte de los libros que leía eran,
como sucedía con el rey, libros religiosos, pero también le gustaba otro tipo
de lectura. Ambos coincidían también en la pasión por la Historia. Además de
los libros existentes en palacio, Isabel se interesaba por adquirir otros de
acuerdo con sus gustos. Su enorme afición a los libros y a la lectura le llevó
a reunir una importante biblioteca.
Con frecuencia encargaba la
compra de libros en París. Tenía muchos corresponsales para que le adquirieran
libros, diplomáticos, amigos, agentes. Por ejemplo, Monsieur de Coulange o la
Duquesa de Saint Pierre eran habituales consejeros, encargados de suministrarle
lecturas. En su correspondencia con la Duquesa de Saint Pierre en los años
treinta existen numerosas referencias de libros, unos que la Reina deseaba leer
y solicitaba a la Duquesa que le buscara por los libreros de la capital francesa
y otros que le recomendaba la Duquesa.[30]
Muchos eran las últimas novedades que se acababan de publicar, pero otros eran
libros antiguos, algunos muy difíciles de encontrar y muy caros.
Los
gustos de Isabel eran curiosos, muy reveladores de su mentalidad. Sentía gran
afición por la novelas de caballerías. Libros ya viejos, libros publicados en
el siglo XVI, pero que seguían circulando en pleno siglo XVIII, para disfrute
en reyes y plebeyos. En la biblioteca de Isabel no podía faltar el héroe por excelencia,
Amadís de Gaula, con toda su saga, su
esposa Oriana, su hijo Esplandián, y
tantos otros personajes, Florisando, Lisuarte de Grecia, Amadís de Grecia, Florisel
de Niquea, Rogel de Grecia, Silves de
la Selva. Para seguir todo el ciclo, la Reina encargó los quince tomos del
célebre Amadís, en una edición publicada en seis volúmenes muy bien
encuadernados. También ordenó comprar otras obras similares, la saga de los
Palmerines, con el Palmerín de Oliva,
el Primaleón de Grecia y el Palmerín de Inglaterra, y otras novelas
similares, como el Jean de Saintré,
también una novela caballeresca, pero mucho más realista, y el Gerard de Euphrate.
Libros
de historia en las cartas se mencionan varios. Uno de ellos era “una historia
seria de Mr. Rollin”, “que está muy bien escrita y muy de moda en Francia”. Se
refería la Duquesa a una famosa obra de Charles Rollin, titulada De la manière d´enseigner et d´étudier les
Belles-Lettres, par rapport a l´ésprit et au coeur, publicada por primera
vez en 1726 y que obtuvo efectivamente mucho éxito entre el público lector.[31]
Especial interés muestran ambas damas hacia la historia de la Antigüedad, por
ejemplo la Duquesa le recomienda a Isabel la historia de Sapor en tres tomos.
Tiempo después habla de que le ha enviado cinco tomos de la historia de Sapor.
Se trataba de Sapor I (241-272), uno de los grandes soberanos sasánidas de
Persia, famoso guerrero. También le envía los anales griegos. Pero les
interesaba también la historia más reciente. La Duquesa habla en una de sus
cartas de tres tomos de la historia de la Regencia del Duque de Orleans.
En
la correspondencia se mencionaban muchos otros libros, destacando las novelas.
Una de las preferidas era, al parecer, Clélie,
una famosa obra de Madeleine de Scudéry, publicada por entregas entre 1654 y
1660, en diez tomos. Pertenecía al género sentimental cortesano. No faltaban
tampoco en las cartas referencias a otras novelas sentimentales de reciente
aparición, como el primer tomo de Mariane.
Le habla también la duquesa de otro libro nuevo que se llama Los desesperados. También se mencionan
en las cartas otros muchos títulos, como Antiope,
Byon, Gerard duque de Nevers, Aristée
et Télasie, Les veillées de Thessalie,
novelas históricas y caballerescas.
De otro libro, Mr. de Cleveland, comenta la Duquesa que “es interesante”.
Isabel
Farnesio reunió a lo largo de su vida una importante biblioteca. [32]
Tenía muchos libros en francés, la
mayoría de autores franceses, pero otros traducidos del inglés y del alemán.
Unos eran libros de reciente publicación, otros eran ediciones de libros más
antiguos. Algunos pueden servir de ejemplo de las diversas influencias,
especialmente de la influencia francesa, en la cultura de la reina.
Algunas
eran obras del siglo XVII nuevamente editadas en el siglo XVIII. De Omer Talon (1595-1652)
poseía la reina unas memorias publicadas en varios volúmenes: Memoires de
feu de M. Omer Talon avocat general en la cour de parlement de Paris, A La Haye : chez Gosse [et] Neaulme, 1732. De Guillaume Girard, que publicó en
1655, la Histoire de la vie du duc d'Espernon,
sobre la vida de Jean Louis de Nogaret de la Valette (1554-1642) un noble, político y militar francés, señor de La Valette y de Caumont y I duque de
Epernon, uno de los mignons del rey
Enrique III de Francia, la
reina tenía una edición publicada en Rouen y en venta en Paris, de 1763.
Entre las traducciones de obras inglesas del siglo XVII,
muy significativo del espíritu curioso de la reina era un libro como el de Sir Thomas Browne,
escritor inglés del siglo XVII, autor de varias obras sobre temas
diversos, como la medicina, la religión, la ciencia y lo esotérico. Pseudodoxia Epidemica, or, Enquiries into
Very many Received Tenets, and commonly Presumed Truths, que podríamos
traducir como Pseudodoxia epidemica o Investigaciones sobre los errores
populares en materias geográficas, naturales, históricas o filosóficas, que se
refería a la prevalencia de creencias falsas y "vulgares errores",
obra publicada entre 1646 y 1672, y que Doña Isabel poseía traducida al
francés, como Essai sur
les erreurs populaires: ou examen de plusieurs opinions reçues comme vrayes, qui sont fausses et
douteuses. Traduit de l'anglois, Paris, 1733.
La mayoría de los libros de su biblioteca
eran libros publicados en el siglo XVIII. Unos eran de carácter histórico y
político. De Gabriel Bonnot de Mably (1709 - 1785),
un filósofo francés perteneciente a una familia de la nobleza de toga, hijo del
vizconde de Mably y hermanastro de Étienne Bonnot de Condillac,
la reina poseía una de sus obras histórico-políticas: Parallele des romains et des françois par rapport au gouvernement :
premiere partie (A Paris : chez
Didot ..., 1740, de l'Imprimerie de Ch. J. B. Delespine ...)
Gustaba también de leer biografías. De Jean Du Castre d'Auvigny (1712-1743), un militar y
escritor francés, poseía Isabel de Farnesio Les
vies des hommes illustres de la France : depuis le commencement de la monarchie
jusqu'à présent (A Amsterdam et se
vend a Paris : chez Le Gras ..., 1745, de l'imprimerie de Josehp Bullot). Al
fallecer el autor, la obra fue continuada Gabriel-Louis Calabre Pérau, (1700 - 1767, un hombre de letras francés, del que
la reina también poseía varios volúmenes: Les
vies des hommes illustres de la France / continuées par M. L'Abbé Pérau ... :
tome dix-huitième (A Amsterdam et
se vend a Paris : chez Le Gras ..., 1751)
Leía igualmente novela histórica, por ejemplo una novela titulada Le doyen de Killerine : histoire morale composée
sur les mémoires d'une illustre famille d'Irlanda... (S.l., s.n.,
1735-1740), muy conocida en aquel tiempo, obra de
Antoine François Prevost, historiador y novelista,
autor entre otras obras de la famosa Historia del
caballero des Grieux y de Manon Lescaut.
Notable era
el interés de la reina por los temas militares, pues siempre estuvo muy
implicada en la empresas bélicas de la monarquía, como indica el libro de P. P. A. Bardet de Villeneuve, Cours de la science
militaire: a l'usage de l'Infanterie, de la Cavalerie, de l'Artillerie,
du Genie [et] de la Marine. A La Haye : chez Jean Van
Duren, 1739-1740.
Sentía interés
tanto por las letras como por las ciencias. Sobre temas de
literatura tenía muchos libros. Poseía
diversos volúmenes de Observations sur
les ecrits modernes (A Paris :
Chez Chaubert ..., 1736) De
Giovanni Vincenzo Gravina (1664 – 1718),
escritor y jurista italiano, uno de los fundadores de la Academia de la Arcadia,
tenía una de sus obras, traducida al francés: Raison, ou, idée de la poésie / ouvrage traduit de l'italien de Gravina
; par Réquier (A Paris : Chez
Jean-Baptiste Despilly ..., Augustin-Martin Lottin ..., 1755, 2 tomos.)
Participaba
de la curiosidad de la época por las cuestiones científicas. Poseía también
volúmenes de las Memoires de l'Academie
royale des sciences (Paris : De l'Imprimerie Royale, 1718). Y de Henckel, Johann Friedrich (1678 - 1744), un médico alemán, que era además
especialista en mineralogía, metalurgia y química, tenía una obra traducida al
francés con el título de Pyritologie ou Histoire naturelle de la pyrite: ouvrage
dans lequel on examine l'origine, la nature, les propriétés et les usages de ce
minéral important et de la plûpart des autres substances du même regne : on y a
joint le Flora saturnisans où l'auteur démontre l'alliance qui se trouve entre
les végétaux et les minéraux et les opuscules minéralogiques... / par M.
Jean-Frédéric Henckel... ; ouvrages traduits de l'allemand [en partie par M. le
Baron de Holback] (A Paris : chez Jean-Thomas Hérissant, libraire, rue S.
Jacques, à S. Paul et à S. Hilaire, 1760)
Incluso
los gustos gastronómicos de la reina obedecían a esta encrucijada entre lo
italiano, lo francés y lo español en la que transcurrió su vida. A Isabel le
gustaba comer mucho y bien. Saint Aignan, que la conoció poco después de su
boda, comentaba lo aficionada que era la joven reina a la buena mesa y en una
de sus cartas recogía una significativa afirmación de la propia Isabel: “Ella
dijo que la reina difunta (María Luisa Gabriela de Saboya), al ser piamontesa,
no comía nada; pero que ella era lombarda y que la gente de su país comía el
doble y mejor.”[33]
La
cocina cortesana era una cocina opulenta, refinada y cosmopolita, que respondía
a los más elevados ideales gastronómicos y que se hallaba completamente
diferenciada de la cocina popular. En 1700 el advenimiento al trono de un
Borbón supuso una gran ruptura en muchos aspectos y también tuvo su reflejo en
la alimentación de la Corte. Felipe V, dispuesto a reorganizar la Monarquía
Española al modo y manera de la Francia de Luis XIV, cambió entre otras muchas
cosas la cocina. Acostumbrado a los placeres gastronómicos de la alta cocina
francesa, se negó a cambiar sus hábitos alimentarios y se hizo acompañar de
cocineros franceses de la corte de Versalles, para introducir en su nuevo reino
la cocina de su país de origen, que era entonces la cocina de moda, la que
gozaba de mayor prestigio en Europa. En tiempos de Isabel de Farnesio siguió
dominando la cocina francesa, de acuerdo con los gustos del Rey, pero se
incorporaron influencias italianas, derivadas del origen de la nueva Reina.
Isabel Farnesio influyó significativamente en los menús de la mesa real.[34]
El
abate Alberoni, que la conocía bien, sabía hasta qué punto la buena comida
italiana podía ser un medio de complacerla. Alberoni escribía al Conde la Rocca
en una carta fechada el 1 de enero de 1715: “Soy admitido por la Reina, que no
me regatea su confianza. Con insistencia me ha encargado que provea su mesa de
los suculentos embutidos italianos y de buen vino de Parma. Ayer mismo me pidió
le enviase un plato de macarrones, a los que es aficionadísima.”
Isabel
como mujer y como reina actuó como mediadora política y cultural de primer
orden, sus ideas, sus gustos, sus comportamientos tuvieron enorme trascendencia
en el seno de la familia real, en la corte y en la sociedad española, también
en su país de origen, Parma, y en otros reinos italianos, muy especialmente
Nápoles y Sicilia en el que reinó su hijo Carlos, y, aunque en menor medida también
en Francia. La figura de Isabel de Farnesio trascendió fronteras. Como mujer y
como reina vivió en la encrucijada de tres mundos, España, Italia, Francia, y
su influencia fue incluso más lejos, pues tuvo una enorme proyección, que
alcanzó a toda la Europa del siglo XVIII.
[1] María Ángeles Pérez Samper: Isabel de Farnesio, Barcelona, Plaza y
Janés, 2003.
[2] Gustavo Marchesi: Dinastia Farnese. Parma e l´Europa tra Rinascimento e Barocco,
Parma, 1994. Tullio Bazzi y Umberto Benassi: Storia di Parma, Parma, 1908. Giovanni Tocci: Il ducato di Parma e Piacenza, Turín, 1987.
[3] Archivo de Estado de Parma, Casa e Corte
Farnesiana, b.41, s. II, fasc. 5, Lettere di Elisabetta Farnese con la madre
Dorotea Sofia de Neoburg. Citado por
Laura García y Luigi Pelizzoni: “La construcción del palacio de La Granja a
través del epistolario entre Dorotea Sofía de Neoburgo e Isabel de Farnesio.
Andrea Procaccini y el modelo parmense de edilicia de jardines” en El Mediterráneo y el Arte Español. Actas del
XI Congreso del CEHA, Valencia, 1996, p. 182.
[4] Archivo de
Estado de Parma, Casa e Corte Farnesiana, b.41, s. II, fasc. 5, Lettere di Elisabetta
Farnese con la madre Dorotea Sofia de Neoburg.
[5] José María
Luzón Nogué: “Isabel de Farnesio y la Galería de Esculturas de San Ildefonso”
en Rodríguez Ruiz, D. (com.): El Real sitio de La Granja de San ildefonso. Retrato y
escena del Rey, Madrid, Patrimonio
Nacional, 2000, ps. 203-219.
[6] P. F., “Nota delle casse che gli 2 di marzo de 1725 devono esser
imbarcate”, Revista de Archivos,
Bibliotecas y Museos, 1876, pp. 163-164 y 180-181; Salas, X. de, “Compra
para España de la colección de antigüedades de Cristina de Suecia”, Archivo Español de Arte, 1940-41, pp.
242-246. Riaza de los Mozos, M., y Simal López, M., “La Statua è un prodigio
dell’arte”: Isabel de Farnesio y la colección de Cristina de Suecia en La
Granja de San Ildefonso”, Reales Sitios,
núm.144, 2000, pp. 56-67. Mercedes Simal
López: “Isabel de Farnesio y la colección real española de escultura. Distintas
noticias sobre compras, regalos, restauraciones y el encargo del “Cuaderno de
Aiello” en Archivo español de Arte, 315, julio-septiembre, ps. 263-278, 2006.
[7] Manuela B.
Mena Marqués: “La colección de pintura de Carlo Maratti” en El Real sitio de La Granja de San ildefonso.
Retrato y escena del Rey, Madrid, Patrimonio Nacional, 2000, ps. 194-201.
[8] Archivo de
Estado de Parma, Casa e Corte Farnesiana, b.41, s. II, fasc. 5, Lettere di elisabetta
Farnese con la madre Dorotea Sofia de Neoburg.
[9] Ibídem.
[10] Citado por Carlos Martínez Shaw y Marina Alfonso
Mola: Felipe V, Madrid, Arlanza
Ediciones, 2001, p. 103.
[11] San
Ildefonso, 5 de octubre de 1762, Archivo General de Simancas, Estado, libro
324.
[12] Gonzalo Anes: Las colecciones reales y el Museo del Prado,
Madrid, Amigos del Museo del Prado, 1996, ps. 33-37. Vid también Juan José
Luna: “Inventario y almoneda de algunas pinturas de la colección de Isabel de
Farnesio” en Boletín del Seminario de
Arte y Arqueología de la Universidad de Valladolid, Valladolid, 1973.
[13] Archivo
General de Simancas, Estado, Reino de las Dos Sicilias, legs. 5717, 5808-5811 y
5836.
[14] Archivo
General de Simancas, Estado, Reino de las Dos Sicilias, leg. 5811.
Correspondencia del conde de Santisteban y D. Joseph de Montealegre, fol. 113.
[16] Margarita Torrione: “Fiesta y teatro musical en el
reinado de Felipe V e Isabel Farnesio: Farinelli, artífice de una resurrección”
en El Real Sitio de La Granja de San Ildefonso. Retrato y escena del Rey,
Madrid, Patrimonio Nacional, 2000, ps. 226-227.
[17] Francesca Boris: “Vado al teatro per disporre festa.
Farinelli: Cartas desde España al Conde Sicinio Pépoli”en Margarita Torrione
(ed.): España festejante. El siglo XVIII,
Málaga 2000, ps. 349-363.
[18] José Luis
Morales Marín: “La escenografía durante el reinado de Felipe V” en Margarita
Torrione (ed.): España festejante. El
siglo XVIII, Málaga 2000, ps. 287-293.
[19] Margarita
Torrione: “El Real Coliseo del Buen Retiro: Memoria de una arquitectura
desaparecida” en Margarita Torrione
(ed.): España festejante. El siglo XVIII,
Málaga 2000, ps. 295-322.
[20] Archivo
General de Palacio, D.G.R., Inv. 25, leg. 8.
[21] Cartas de
María Antonia de Borbón a su madre Isabel de Farnesio. Archivo Histórico
Nacional, Estado, leg. 2693.
[22] Amalia
Descalzo Lorenzo: “El arte de vestir en el ceremonial cortesano. Felipe V” en
en Margarita Torrione (ed.): España
festejante. El siglo XVIII, Málaga 2000, ps. 197-204.
[23] Archivo
Histórico Nacional, Estado, leg. 2720.
[24] Michel
Antoine: Louis XV, París, Fayard,
1989, ps. 470-472.
[25]
Ángel Aterido Fernández: “Las colecciones reales y el lustro andaluz de Felipe
V” en en Nicolás Morales y Fernando Quiles García (eds.): Sevilla y corte. Las Artes y el Lustro Real (1729-1733), Madrid,
Casa de Velázquez, 2010, ps. 205-218.
[26] La Concepción de El Escorial y dos Inmaculadas,
números 971 y 973 del inventario actualizado del Mueso del Prado.
[27] Teresa Lavalle Cobo Uriburu: El mecenazgo de Isabel de
Farnesio, reina de España, Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid,
1993.
[28] Eugenio
Sarrablo Aguareles: El conde de Fuenclara
(1687-1752), Sevilla, G.E.H.A., 1955, p. 92.
[29] Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 2773.
Fuenclara a Quadra. Dresde 2 de abril de 1738 y minuta de respuesta.
[30] Cartas de la Duquesa de
Saint Pierre a Isabel Farnesio (1730-1732). Archivo Histórico Nacional, Estado,
leg. 2720.
[32]
Elena Santiago Páez: “La biblioteca de Isabel de Farnesio”, en Santiago Páez,
E. (dir.), La Real Biblioteca Pública,
1711-1760. De Felipe V a Fernando VI, Madrid, 2004, pp. 269-284.
[33] Alfred
Baudrillart: Felipe V y la corte de
Francia, ed. de Carmen Cremades, p. 481.
[34] María Ángeles Pérez Samper: “La alimentación en la
Corte de Felipe V” en Felipe V y su
tiempo, Zaragoza, Institución
“Fernando el Católico”, 2004, ps. 529-583.
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